Escribo este texto el domingo 12 de mayo de 2019. No sé cuándo lo publicaré (al final, ha sido el 8 de diciembre de 2025, sic) pero quiero destacar la fecha. Entre hoy y el próximo día en que suceda la luna llena de mayo (18), se celebra en el mundo el nacimiento de Buda y su iluminación. Dicen que sucedió en el año 623 a.C. pero mi deformación profesional me hace ser prudente ante una fecha tan lejana como precisa.
En cualquier caso, una parte del mundo, la que es budista, celebra durante estos días la luz, la exterior y la interior. La idea es, hoy, Buda para quien crea en él. Para mí, la idea es la vida y la luz, la energía que nunca nace ni muere sino que se transforma. El pretexto son unas horas de descanso: tenía que haberlas pasado en Tarragona (perdóname, Santi, estaba demasiado cansado como para ir de bacanal...), pero me he quedado en casa. He pensado que esta misma semana dos amigos queridos habían renovado su alianza con la vida a través de Rita. Y he abierto una botella de Kenjiro Kagami pensando en ellos tres, en Maggie, en Eloi y en Rita.
He pensado en el nombre de Rita. Me gusta mucho por su pasado reciente en mi vida (mi abuela materna se llamaba Rita y hacía honor al nombre) y por su pasado remoto, al que también hace honor la Rita recién llegada. En la antigüedad griega y romana, Margarita (y de aquí Rita), margarités/margarita, es nombre de preciosidad. Empieza aplicándose a algo duro pero enseguida significa "perla". Y de "perla" pasa a usarse para hablar de "algo precioso". Margaritarius es quien recoge ese tipo de preciosidades. Cuando Eloi me mandó la foto de Rita me sentí así, margaritarius, una persona afortunada porque la vida le ha regalado muchos momentos en que ha podido recoger cosas preciosas.
Y en el día de Buda, en que la fruta y el primer calor conviven con el cuarto creciente de la luna en un cielo limpio y azul como pocas veces he visto en Barcelona, abro una botella de Kagami, uno de los espejos de mi vida. Domaine des Miroirs, Sonorité du Vent 2014 (Les Saugettes de Grusse, Jura), 12,5%. La abro porque ha nacido Rita, porque Eloi y Maggie me han regalado su momento y su foto y porque Julien me regaló también este sonido del viento de chardonnay de Kagami. La abro también porque la puedo beber con los que más quiero. Y de amigos a amigos, a este recolector de momentos felices y preciosos le apetece compartir con todos ustedes la felicidad y la luz que me producen la vida nueva de Rita y el vino de Kagami.
Cuando he abierto la botella, se ha derramado un poco de vino sobre la mesa. Accidente, sí, pero de golpe el campo de las cepas de Kenjiro ha invadido el espacio de mi comedor. Con el vino ya en la copa, con los aromas, la nariz y el primer trago, el tiempo deja de existir. Flores de camomila frescas y con las horas, las mismas flores guardadas en un cajón de madera. Manojos de hinojo silvestre. Hatillos de cola de caballo. Mucha primavera y deshielo, mucha frescura sin matices. Prados con perlas amarillas.
La superioridad está en la humildad. La inteligencia en la intensidad. La brillantez en el tesón. Kenjiro, Maggie y Eloi son así. El dominio nace de la observación. Si el vino es el espejo del alma de quien lo hace, la de Kenjiro está llena de esa luz que siempre buscamos y él ya ha encontrado. Está llena de sinceridad, de ecos de sabiduría y de silencios. Oír al vino después de tantos años de experiencias únicas: el viento fresco se divierte entre los pámpanos. La lluvia cae, goterones resbalan hacia el suelo. Los abejarucos suenan a silbatos llenos de arco iris. Las águilas penetran con sus chillidos y su frío observar. Pasos quedos y atentos entre cepas. mochila a cuestas.
El silencio del crecimiento. Rita. Las plantas de Kenjiro y tú empezáis a buscar el sol que os dará la vida rodeadas de canastos de mimosa y de hierbaluisa. Flores del limonero en el patio. Abrid los ojos que son la luz para regalarnos la vida nueva que fluye ya en vosotras.
Nou BLOGDEVINIS de Joan Gómez Pallarès.Textos restaurats de 2006 a 2019. Nous textos des de 2025.
12 de maig, 2019
24 de setembre, 2018
27 de maig, 2018
Còsmic de Salvador Batlle Barrabeig
Lo que este hombre ha sido capaz de hacer en cinco años en sus viñedos de Agullana y La Vajol (Altíssim Empordà) y Rodonyà (Serra del Montmell), al resto suele llevar una generación: recuperación, regeneración y conservación van de la mano de la creación y de la visión.
La Vajol (viñedo en la foto) es la visión, la sinestesia de un hombre de la tierra que camina por encima de las nubes: ve cosas donde el resto no. No quiero hablar hoy de vinos, sino de la persona. Ya lo dijo mi maestro, Marco Aurelio: ‘nada hay más admirable que el arte de la naturaleza, que sin haberse asignado más límites que los propios, cambia y aprovecha todo para hacer nuevas producciones. La naturaleza no necesita materia extraña. Ella sola se basta y encuentra todo lo necesario: lugar, materia y arte’ (traducción de Joaquín Delgado para errata naturae, Marco Aurelio, Pensamientos para mí mismo, Madrid, 2017, 8, 50).
Salva nace de la tierra, es naturaleza y piensa y actúa como ella, tal y como la describía el emperador-filósofo: no tiene más límites que los que él se impone y allí donde está, encuentra la forma de convertir en materia y arte (sus vinos de 2017 son eso) la tierra que trabaja. Su herencia no son solo esos vinos sino su visión integradora: de la tierra, con ella y para ella.
Me siento contento y orgulloso de poder andar con él trozos de su camino.
Còsmic Vinyaters
La Vajol (viñedo en la foto) es la visión, la sinestesia de un hombre de la tierra que camina por encima de las nubes: ve cosas donde el resto no. No quiero hablar hoy de vinos, sino de la persona. Ya lo dijo mi maestro, Marco Aurelio: ‘nada hay más admirable que el arte de la naturaleza, que sin haberse asignado más límites que los propios, cambia y aprovecha todo para hacer nuevas producciones. La naturaleza no necesita materia extraña. Ella sola se basta y encuentra todo lo necesario: lugar, materia y arte’ (traducción de Joaquín Delgado para errata naturae, Marco Aurelio, Pensamientos para mí mismo, Madrid, 2017, 8, 50).
Salva nace de la tierra, es naturaleza y piensa y actúa como ella, tal y como la describía el emperador-filósofo: no tiene más límites que los que él se impone y allí donde está, encuentra la forma de convertir en materia y arte (sus vinos de 2017 son eso) la tierra que trabaja. Su herencia no son solo esos vinos sino su visión integradora: de la tierra, con ella y para ella.
Me siento contento y orgulloso de poder andar con él trozos de su camino.
Còsmic Vinyaters
05 d’abril, 2018
Contraban 2018
No existe ni una sola definición positiva de la palabra "contrabando" en los diccionarios al uso. Podría parecer normal porque la etimología y la formación de las palabras tiene algo que ver con el origen, por lo menos, de su significado final. Así, aquello que va "contra" un "bando, ley, norma", es percibido por la ortodoxia lexicográfica como"comercio de mercancías prohibidas por las leyes a los particulares"; o "mercaderías o géneros prohibidos o introducidos fraudulentamente en un país"; o "introducción furtiva de mercancías prohibidas", etc.
Pero existe otra manera de presentar y entender la palabra. Es la que Jordi Esteve (Rim Empordà) se inventó y la que, en esta segunda edición de 2018, Noemí Morales (Atelier Esdeveniments) le ayuda a proponer. Se basa en dos coletillas de valor evidente: por una parte, el "contrabando" puede ser algo que tenga apariencia de ilícito, aunque no lo sea. (El matiz es importante). Por la otra, el "contrabando" es algo que se hace contra el uso ordinario de las cosas. La feria Contraban 2018, sin duda, es algo que tiene vocación de provocar sensaciones y emociones nuevas y puede tener la apariencia de ir contra alguna norma. Pero no va contra nada, sino a favor de todo lo que sea libre intercambio. Además, es muy cierto que se hace contra el uso ordinario de las cosas: las ferias se articulan alrededor de un tipo de vinos, de una denominación de origen, de algún concepto que, poco o mucho, tenga que ver con el respeto a alguna norma.
Aquí no. En Contraban 2018 el único concepto válido es el territorio convertido en paisaje de cepas y personas. No hay fronteras políticas que valgan y la única frontera posible es la que cada uno tenga en su interior, que es la que le facilita o impide el paso a determinado lugar, físico o mental. Así pues, un paisaje milenario de trashumancia y de habitación como les Alberes, convertido con el paso de los siglos y de las civilizaciones en un paisaje de cultura también vitivinícola, se puebla a en los últimos años, de jóvenes que ofrecen sentimientos y emociones a través de sus vinos.
Los quieren contrastar, ofrecer, regalar, comentar, debatir y beber. Quieren convertir a la feria en un encuentro libre que se hace contra el uso ordinario de las cosas para demostrar que hay personas, cepas, cultivos y vinos que hablan de una tierra y de una cultura tanto y tan bien como una buena receta, un gran aceite, una iglesia románica, unas lindes olvidadas y perdidas en el bosque o un camino pavimentado cuando no había más fronteras que las del limes parto.
Id, por favor.
Pero existe otra manera de presentar y entender la palabra. Es la que Jordi Esteve (Rim Empordà) se inventó y la que, en esta segunda edición de 2018, Noemí Morales (Atelier Esdeveniments) le ayuda a proponer. Se basa en dos coletillas de valor evidente: por una parte, el "contrabando" puede ser algo que tenga apariencia de ilícito, aunque no lo sea. (El matiz es importante). Por la otra, el "contrabando" es algo que se hace contra el uso ordinario de las cosas. La feria Contraban 2018, sin duda, es algo que tiene vocación de provocar sensaciones y emociones nuevas y puede tener la apariencia de ir contra alguna norma. Pero no va contra nada, sino a favor de todo lo que sea libre intercambio. Además, es muy cierto que se hace contra el uso ordinario de las cosas: las ferias se articulan alrededor de un tipo de vinos, de una denominación de origen, de algún concepto que, poco o mucho, tenga que ver con el respeto a alguna norma.
Aquí no. En Contraban 2018 el único concepto válido es el territorio convertido en paisaje de cepas y personas. No hay fronteras políticas que valgan y la única frontera posible es la que cada uno tenga en su interior, que es la que le facilita o impide el paso a determinado lugar, físico o mental. Así pues, un paisaje milenario de trashumancia y de habitación como les Alberes, convertido con el paso de los siglos y de las civilizaciones en un paisaje de cultura también vitivinícola, se puebla a en los últimos años, de jóvenes que ofrecen sentimientos y emociones a través de sus vinos.
Los quieren contrastar, ofrecer, regalar, comentar, debatir y beber. Quieren convertir a la feria en un encuentro libre que se hace contra el uso ordinario de las cosas para demostrar que hay personas, cepas, cultivos y vinos que hablan de una tierra y de una cultura tanto y tan bien como una buena receta, un gran aceite, una iglesia románica, unas lindes olvidadas y perdidas en el bosque o un camino pavimentado cuando no había más fronteras que las del limes parto.
Id, por favor.
12 de febrer, 2018
Añejo Cencibel, Solera Familiar 1893
1893. Cuando un hombre y una mujer se casaban en La Mancha, juntaban lo mejor de las cosechas anteriores de las dos familias. De ese vino de dos casas que representaba ya lo mejor de cada una de ellas, hacían una sola solera, en una sola bota.
De esta bota tenía que nacer un "nuevo" vino añejo (rancio en mis tierras) que simbolizaba la nueva unión: dos familias y dos soleras para una nueva familia y una nueva solera. Los años de amor, de complicidad con la tierra y de diálogo con el oxígeno, la madera y el clima, iban redondeándola hasta convertirla en el vino que salía en las celebraciones y días de fiesta.
Existía la tradición de que esta bota de vino añejo podía refrescarse, por supuesto, con vino nuevo de añada, pero no hacerse saca alguna de ella hasta que, por lo menos, pasaran 20 años de la fecha del matrimonio. Solidez y compromiso para los hijos que tenían que llegar.
1997. Hace ahora 21 años, Julián Ruiz Villanueva (campesino en Quero y alma de Esencia Rural) recuperó la vieja solera de cencibel de sus bisabuelos, que fecha del día de su boda en 1893. 21 años cuidándola, recomponiéndola, refrescándola con esa misma cencibel con la que tan a gusto está. Hasta que hace 7 años llegó a la conclusión de que la cosa, vendimia tras vendimia, ya estaba en su punto bueno y no mejoraba. Momento, pues, de empezar a preparar una saca y de que el vino siguiera su camino de evolución en una botella.
Que es la que ven ustedes en la foto superior. Es un vino rancio seco de cencibel manchego, con 17,8%. Único porque puedo hablar de él habiendo bebido una copa. Irrepetible porque nace de una boda y no de otra. Inclasificable porque es la vocación labriega de Julián, junto con su pasión por las cosas de su tierra, la que recupera esa vieja tradición manchega y familiar. Con certeza, no pocas familias conservarán esa bota en su casa. Algunas quizá la habrán mantenido y refrescado y podrán disfrutar todavía de ella.
2018. Pero pocos, muy pocos, habrán tenido la generosidad de invitar al mundo entero (vaya, al que consiga llegar a alguna de estas botellas...) a la boda de sus bisabuelos. Yo he estado allí y no me atrevo a juzgar ni, casi, a describir el vino. La vida y la muerte han pasado por él. Los nervios y las inquietudes. Las zozobras y las guerras. Las cosechas buenas y la alegría del vino nuevo. Una vida de campesinos que jamás fueron conscientes de qué hacían porque eso, lo que hacían, era lo único que sabían, querían y podían hacer. Quizá para ellos no fuera muy meritorio porque todos, antes y después, habían hecho poco más o menos lo mismo.
Pero yo no. Yo me he asomado al perfil de esa historia emocionante y he sentido, en ese único trago (inquieto y nervioso todavía el vino), el vértigo de la nueva unión: el añejo de la solera de 1893 ante su nueva vida, en un mundo que parece desconocer casi todo de quienes aportaron esos primeros vinos. El principio y el fin, la luz y la oscuridad, la sequedad y la amabilidad, el alcohol y la intensidad, el poso del café y la algarroba, los pámpanos que adornaban la mesa y el pan recién horneado.
Creo que no es un vino para juzgar o para opinar. Es un vino para sentir y para estremecerse. Es un vino para poder decir que, aunque la inmensa mayoría esté muy lejos de lo que representa, con él tenemos nuevo hilo para seguir tejiendo una historia de complicidad con la tierra. Aunque muchos piensen que todo está perdido y que cada vez menos gente comparte cierta sensibilidad y manera de hacer las cosas, el Añejo Cencibel 1893 de Julián Ruiz está aquí para demostrar y recordar que seguimos vivos. Hay tiempo para charlar y trabajar, para mirar y contar, para entender y escuchar, para beber y gozar. Para entender que la vida, con cosas como las que me pasaron este pasado sábado cuando Julián nos explicó su vino, tiene un sentido distinto. Sin juzgar ni valorar. Hay un tiempo para explicar y un tiempo para transmitir.
Mark Twain decía que hay dos momentos claves en la vida: cuando nacemos y cuando sabemos por qué y para qué nacemos. Lo primero lo pasé ya; de lo segundo me estoy dando cuenta estos últimos meses y especialmente (las circunstancias que, queramos o no, nos acompañan) estos últimos cuatro días en Barcelona. No he podido ni querido ir a todo, no porque no valore mucho el trabajo de todos en la organización de sus cosas. No. Es porque necesito sentirme cómodo en la charla con la gente y en el entendimiento de sus cosas. De ese tipo de momentos, nacen historias como las que Julián y su vino me contaron. Mi trasunto Marco Aurelio lo dice bien claro en sus reflexiones, y yo pasé muchos años sin hacerle caso... : "si te limitas a actuar conforme a la naturaleza de tu ser y a decir sencillamente la verdad en tus palabras, vivirás feliz. Y nadie puede impedir que te conduzcas de este modo". Alguien puede impedirlo, claro está. Uno mismo. Ya no.
De esta bota tenía que nacer un "nuevo" vino añejo (rancio en mis tierras) que simbolizaba la nueva unión: dos familias y dos soleras para una nueva familia y una nueva solera. Los años de amor, de complicidad con la tierra y de diálogo con el oxígeno, la madera y el clima, iban redondeándola hasta convertirla en el vino que salía en las celebraciones y días de fiesta.
Existía la tradición de que esta bota de vino añejo podía refrescarse, por supuesto, con vino nuevo de añada, pero no hacerse saca alguna de ella hasta que, por lo menos, pasaran 20 años de la fecha del matrimonio. Solidez y compromiso para los hijos que tenían que llegar.
1997. Hace ahora 21 años, Julián Ruiz Villanueva (campesino en Quero y alma de Esencia Rural) recuperó la vieja solera de cencibel de sus bisabuelos, que fecha del día de su boda en 1893. 21 años cuidándola, recomponiéndola, refrescándola con esa misma cencibel con la que tan a gusto está. Hasta que hace 7 años llegó a la conclusión de que la cosa, vendimia tras vendimia, ya estaba en su punto bueno y no mejoraba. Momento, pues, de empezar a preparar una saca y de que el vino siguiera su camino de evolución en una botella.
Que es la que ven ustedes en la foto superior. Es un vino rancio seco de cencibel manchego, con 17,8%. Único porque puedo hablar de él habiendo bebido una copa. Irrepetible porque nace de una boda y no de otra. Inclasificable porque es la vocación labriega de Julián, junto con su pasión por las cosas de su tierra, la que recupera esa vieja tradición manchega y familiar. Con certeza, no pocas familias conservarán esa bota en su casa. Algunas quizá la habrán mantenido y refrescado y podrán disfrutar todavía de ella.
2018. Pero pocos, muy pocos, habrán tenido la generosidad de invitar al mundo entero (vaya, al que consiga llegar a alguna de estas botellas...) a la boda de sus bisabuelos. Yo he estado allí y no me atrevo a juzgar ni, casi, a describir el vino. La vida y la muerte han pasado por él. Los nervios y las inquietudes. Las zozobras y las guerras. Las cosechas buenas y la alegría del vino nuevo. Una vida de campesinos que jamás fueron conscientes de qué hacían porque eso, lo que hacían, era lo único que sabían, querían y podían hacer. Quizá para ellos no fuera muy meritorio porque todos, antes y después, habían hecho poco más o menos lo mismo.
Pero yo no. Yo me he asomado al perfil de esa historia emocionante y he sentido, en ese único trago (inquieto y nervioso todavía el vino), el vértigo de la nueva unión: el añejo de la solera de 1893 ante su nueva vida, en un mundo que parece desconocer casi todo de quienes aportaron esos primeros vinos. El principio y el fin, la luz y la oscuridad, la sequedad y la amabilidad, el alcohol y la intensidad, el poso del café y la algarroba, los pámpanos que adornaban la mesa y el pan recién horneado.
Creo que no es un vino para juzgar o para opinar. Es un vino para sentir y para estremecerse. Es un vino para poder decir que, aunque la inmensa mayoría esté muy lejos de lo que representa, con él tenemos nuevo hilo para seguir tejiendo una historia de complicidad con la tierra. Aunque muchos piensen que todo está perdido y que cada vez menos gente comparte cierta sensibilidad y manera de hacer las cosas, el Añejo Cencibel 1893 de Julián Ruiz está aquí para demostrar y recordar que seguimos vivos. Hay tiempo para charlar y trabajar, para mirar y contar, para entender y escuchar, para beber y gozar. Para entender que la vida, con cosas como las que me pasaron este pasado sábado cuando Julián nos explicó su vino, tiene un sentido distinto. Sin juzgar ni valorar. Hay un tiempo para explicar y un tiempo para transmitir.
Mark Twain decía que hay dos momentos claves en la vida: cuando nacemos y cuando sabemos por qué y para qué nacemos. Lo primero lo pasé ya; de lo segundo me estoy dando cuenta estos últimos meses y especialmente (las circunstancias que, queramos o no, nos acompañan) estos últimos cuatro días en Barcelona. No he podido ni querido ir a todo, no porque no valore mucho el trabajo de todos en la organización de sus cosas. No. Es porque necesito sentirme cómodo en la charla con la gente y en el entendimiento de sus cosas. De ese tipo de momentos, nacen historias como las que Julián y su vino me contaron. Mi trasunto Marco Aurelio lo dice bien claro en sus reflexiones, y yo pasé muchos años sin hacerle caso... : "si te limitas a actuar conforme a la naturaleza de tu ser y a decir sencillamente la verdad en tus palabras, vivirás feliz. Y nadie puede impedir que te conduzcas de este modo". Alguien puede impedirlo, claro está. Uno mismo. Ya no.
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Kagami y Rita
Escribo este texto el domingo 12 de mayo de 2019. No sé cuándo lo publicaré (al final, ha sido el 8 de diciembre de 2025, sic) pero quiero d...
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