
Aunque no forme parte de mis objetivos, quiero empezar, tras las vacaciones, intentando explicar de forma breve y sencilla por qué me gusta tanto Mallorca y por qué me ha marcado la estancia allí. Tengo que aclarar, para que nadie piense que me he vuelto loco cuando lea lo que sigue (¿de Mallorca está hablando éste, de S'Arenal, Palma Nova, turismo de masas, litronas, sol y playa), que hemos estado en Ses Salines: un pueblo pequeño en el sur, en el que las cosas "pequeñas" tienen la importancia debida. Cosas como las que siguen.
Me gusta Mallorca porque veo trazos en ella de la vida de antes, de una vida mejor y más amable con las cosas, con la naturaleza y con las personas.
Me gusta porque las tiendas cierran no menos de tres horas al mediodía y todos, compradores y vendedores, podemos echar una buena siesta.
Me gusta porque la gente habla con la gente y nunca tiene prisa. Sacan la silla al atardecer, junto a su casa, y charlan con sus amigos y con quien pasa.
Me gusta porque hay gente que todavía ve la vida pasar desde la terraza de un bar o junto con sus amigos, arrimados a una buena sombra.
Me gusta porque el cielo es todavía cielo y en él brillan y se ven todas las estrellas.
Me gusta porque las cosas siguen oliendo como yo recordaba de pequeño: la vegetación cerca del mar, los campos de cultivo tras un buen chaparrón de verano, las hierbas y las verduras en los mercados.
Me gusta Mallorca porque la gente aprecia a los animales: caballos, perros y gatos tienen su paraíso en la isla. Los veterinarios, también. Los conejos, no.
Me gusta Mallorca porque muchos pájaros anidan y crian en ella y porque muchos más la usan para descansar en sus migraciones.
Me gusta porque los abuelos siguen yendo en bicicleta y siguen cuidando de sus nietos.
Me gusta Mallorca porque tienen unas olivas como no he probado en sitio alguno, las "mallorquinas", con un gusto amargo inigualable.
Me gusta porque las cosas tienen un valor y la gente las sigue apreciando mientras tengan un uso: ¡jamás había visto tantos Cuatro Latas circulando por la carretera!
Me gusta Mallorca porque me gusta la harina y en todas partes hay pastelerías y hornos que hacen unos dulces, un pan (sin sal) y unas cocas impresionantes.
Me gusta Mallorca porque los pacientes siguen regalando cosas a sus médicos: que si un conejo, que si una sandía...
Me gusta porque sus palmeras son esbeltas y porque la piedra, en el sur, tiene una luminosidad y unos colores muy especiales.
Me gusta Mallorca porque todavía tienen muchísimas casas de dos plantas, orientadas al sur, con patio interior y gruesas paredes que hacen innecesario el aire acondicionado.
Me gusta Mallorca porque la vida de las pequeñas cosas existe, porque la gente está atenta al paso de las estaciones y porque se busca y celebra aquello que cada época del año ofrece.
Me gusta Mallorca por muchísimas cosas más (sus helados, sus granizados, la pasión de la gente por sus fiestas, sus almendras, sus embutidos, el "pa amb oli" -si es con pan moreno, aceite de Sóller y sal de cocó-, el pescado, el "mè", sus acantilados y su mar acariciándolos, sus pinos junto al mar, sus calas vírgenes,...), pero no quiero aburriros ya más en este inicio de "temporada".
Ésta es la vida que he conocido en el sur de Mallorca. Ésta es la vida que existe, además de las playas y el mar (¡que también están muy bien!). Ésta es la vida que me gusta. Mis amigos mallorquines (en Felanitx, en Artà, en Ses Salines) dicen que está desapareciendo, lenta pero inexorablemente. Mientras exista, yo quiero estar allí (aunque sólo sea a ratos) y vivirla.

PS. A partir del próximo comentario, intentaré resumir algunas de las experiencias culinarias y enófilas de este mes pasado, ya en un estilo más habitual, aunque con mayor concisión.