Hace unos días me las prometía tan felices (¡justo antes de caer en una gastroenteritis ostril!): mi suegra había preparado un delicioso morro de bacalao encebollado y yo pensaba hacerle los honores con un vino portugués (¡qué menos que unir al bacalao con un vino de donde más y mejor bacalao se cocina!) que me apetecía mucho: el Lavradores de Feitoria, três bagos 2003, de Douro.
Se trata de un proyecto que ha unido, desde 2000, a algunos de los grandes productores de la zona (en la foto, de "familia"), para producir vinos de calidad. Estre "três bagos" del 2003, con tinta rouriz, touriga nacional y touriga franca y 13% prometía buenas sensaciones. A su buena temperatura (en mi opinión, sobre los 16ºC), lo abrí y aunque el tapón de corcho olía demasiado a corcho (¡ya me entendéis!), nada presagiaba lo peor, que estaba por llegar...brillante color de la cereza picota, tirando al oscuro de la mora madura, nariz...aghhh, la nariz, TCA!!! Tricloroanisol en unas cantidades desmesuradas, que hacía años no olía. Ni con aireación, ni con decantación, ni con nada. Una pena, una desgracia, pero estaba por completo imbebible. Estoy convencido, después de analizar los procesos de contaminación, que la empresa no es culpable de nada, en este caso. Han comprado un producto que les ha hecho una mala pasada. Y sin más, y antes de pasar a lo que quiero comentar, prometo comprar otra botella para poder dar buenas notícias sobre este vino.
Tras la decepción, sobre la que ya hablé en los primeros tiempos de este blog y a la que un buen porcentaje de botellas no escapa (se calcula que entre un 2% y un 4% sufre de esta contaminación que hace que el vino huela a corcho húmedo, a fondo de sacristía de Fortuny, a sótano desvencijado... ), mis pensamientos se fueron con rapidez a la alternativa que se presenta como más sólida: ¡el tapón de rosca!
Yo he estudiado poco el tema, lo confieso, porque nunca he sido defensor de estos tapones. Llamadme romántico (me encanta el ritual del descorche y ese sonido final cuando la botella se libera de su "cinturón de castidad": ¡cuántas cosas promete!), llamadme poco informado (siempre he defendido que un buen tapón de corcho acaba beneficiando a su contenido porque una mínima microoxigenación sigue permitiendo), llamadme lo que queráis... El caso es que decidí iniciar un proceso de reconversión, sobre todo pensando en vinos como este "três bagos" que pueden ser consumidos perfectamente entre uno y tres años después de su embotellado. Pues bien, cuando ya empezaba a pensar que sí, que algo tendría que hacer para acabar defendiendo en ciertas ocasiones el tapón de rosca, los amigos de Vinos de Argentina se sueltan con una nota sobre que "el Reino Unido de la Gran Bretaña huele a huevos podridos" (sic!). Cito de su blog: "Según la Federación Española de Asociaciones de Enólogos, expertos han descubierto que millones de botellas de vino con tapón de rosca se podrían arruinar por olor a los huevos podridos. Las pruebas sugieren que más de una botella con tapón de rosca de cada 50 vendidas en Gran Bretaña podrían estar afectadas por el problema, un proceso químico llamado sulfuración". Y ahora yo me pregunto, os pregunto: ¿entre el olor a huevos podridos producido por la sulfuración o el de sótano desvencijado y húmedo producido por el TCA, con qué nos quedamos? ¿Con el tapón de plástico? ¿Con que nos encontramos ante una guerra de fabricantes de cierres para botellas de vino? ¡Se admiten comentarios y sugerencias porque yo ando algo perdido!
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