

Es un cava de 11,5% que, en mi opinión, no hay que tomar muy frío si se quiere saborear a fondo. Este 1998 se encuentra, ahora mismo, en un punto óptimo de consumo. Presenta unas burbujas finísimas y persistentes y un color dorado intenso. Empieza con poca expresividad en nariz, pero cuando coge un poco de temperatura ambiente y se acompaña de un primer sorbo, el poder de su retronasal es muy interesante: aparecen notas de manzana dulce, caramelizada pero con un corazón todavía algo verde (esas de palote de feria) y siguen suaves aromas de fruta blanca madura de hueso, junto con el ácido que nos recuerda, en un vino, a la uva moscatel en sazón (aunque el tal vino no lleve moscatel, ya nos entendemos). Remacha con unas notas que están entre la zarandeada mata de hinojo silvestre y el anís estrellado. En boca es un cava que muestra todavía, como ese corazón verde de la manzana, viveza, es fresco y tiene una buena acidez. Con un pollo de granja de los de antes (de esos que en catalán llamamos "gratapallers"), con sus buenas cigalas, quedó impresionante.
Su precio es un escándalo, a la vista de la calidad que ofrece y de que se trata, sin más, de un larga crianza bien hecho (el detalle de la medida del tapón es significativo). Así que no pienso publicarlo. Si alguien está interesado en comprar este 1998, no tiene más que ponerse en contacto conmigo (dirección mail en la columna de la derecha) y yo le daré los datos del productor. Es un cava de autor, por supuesto, con una bella etiqueta firmada también por un artista reconocido y, además, está hecho por un profesional muy reputado en el mundo enológico. Pero la producción es muy limitada y la distribución, más limitada (por razones logísticas) todavía. Por supuesto, yo en esto no me llevo más que la amistad con quien lo hace, ¡que no es poco!
Es un vino de capa media, que ofrece un limpio y poco usual color: tiene un menisco que está a medio camino entre los estambres de la flor del cerezo (en la foto inferior), esa misma cereza en envero y el fruto del granado. Es un color discreto y alejado de las modas imperantes hoy, donde se persigue la máxima concentración en los pigmentos. La periferia del menisco y el ribete se acercan más a los suaves tonos atejados de la tierra algo sedienta. En muchos otros detalles, pero empezando por éste del color, Ad Fines me ha recordado a los grandes barolos italianos. Sus primeros aromas me asombraron, por ser el vino que es y hacerse donde se hace: flores secas y pétalos de rosa marchitos acompañan y arropan a un entorno suavemente mineral, en que, como en tantos otros grandes vinos, asoma un leve recuerdo de esa tierra (raíces, hongos: la trufa). Con la ventilación en copa (y decantación previa al servicio de media hora por lo menos), asoman aromas de monte bajo (orégano), un poco de flor de violeta, dulce de leche (el único sabor que recuerdo en que se mezclan el dulzor del toffee y el tostado del fuego de madera y la ceniza) y cerezas confitadas. Todas las bondades olfativas se confirman con el trago: es un vino fino y delicado, de larguísima persistencia en boca y en posgusto, mineral, con taninos suaves y algo secantes, que te llena con una discreción y una elegancia que hacía años no cataba en un vino meridional y de tierras con poca agua. Es un vino que te trata y te mima con guante blanco. El trabajo con la madera es, claramente, "antisistema" y realizado con una sabiduría y templanza tales que sorprende y, por supuesto, agrada muchísimo. Por si todos estos detalles fueran pocos, el tipo de botella borgoñona que se ha elegido, con las espaldas algo caídas y un pronunciado reborde en su cuello (en la página web de la casa tenéis una bella foto), realza y honra a su contenido. Es muy hermosa.
Adrede me he propuesto, en esta ocasión, escribir mi comentario sin haber leído ningún comentario anterior, más que los datos que da la bodega. Es un vino que se merece, sin dudar, que lo gocemos sin apriorismos ni ideas preconcebidas en la mente. Es un vino importante, que prestigia grandemente a quien lo ha hecho y a la tierra de la que nace. Es un vino del que se han producido tan sólo 4100 botellas y que se puede comprar sobre los 30 euros. Hacía tiempo que no pagaba tan a gusto y con tanta satisfacción una cantidad tan discreta por un vino casi excepcional.
Flor de cerezo By tanakawho
En las zonas del Levante español, hasta llegar a los límites con la provincia de Ciudad Real y el río Guadiana, dos son las variedades tintas que mejor se conocen y trabajan: la bobal y la monastrell. Por supuesto, hay otras, tanto autóctonas como extranjeras, pero en mi opinión, son éstas las que dan vinos más diferenciados, más ligados al terruño. Yo siento cierta debilidad por ambas, pero si tuviera que escoger, me quedaría con la monastrell (foto de Dipualba.com), una variedad que recibe variados nombres (como siempre: alcayata, garrut, mourvedre, etc.), que madura tarde, tiene una buen equilibrio entre acidez y grado y suele "mantener" buenas relaciones con la madera. Sus taninos, además, suelen ser amables.
Sin duda, una de las bodegas que miman la monastrell es la de Hijos de Juan Gil, en la DO Jumilla. Partiendo de viñedos con más de 40 años de antigüedad (como los de la foto, más o menos), en un suelo calizo pobre y muy seco, se hace este monovarietal, con cepas de poco rendimiento y fruto de alta concentración organoléptica. Si alguien quiere conocer con profundidad a qué sabe la monastrell en un buen trabajo con la madera, aquí tiene una gran oportunidad. La maceración con hollejos y la fermentación alcohólica se hace en tanques de acero inoxidable y la maloláctica la vive el vino en barricas de roble francés (no creo que todo sea nuevo) durante 12 meses. Se presenta con 14% y creo que hay que tomarlo sobre los 16ºC.
Capa media de color rubí, intenso y brillante. Fruta madura y pimienta negra a copa parada. Compota de moras y potencia del alcohol en nariz. Paso suave y amable en boca. Madera de caoba y clavo de especia en posgusto. Caudalías de dimensiones homéricas: en casa y con cata en condiciones, no menos de 15. El vino evoluciona en copa con aireación: bizcocho con moras y arándanos, agradables aromas de pastelería (madalenas), resonancias de levaduras, sinfonía y mezcla imponente de secundarias y terciarias. Un vino que se impone por calidad y por precio (10,8 euros pagué por él) y que acompañó de maravilla a unos fetucine con guisantes, un poco de pimienta, un chorretón de aceite, parmesano y orégano. Y basta, ¿para qué mas?
He aquí la esencia de la civilización campesina (la nómada va por otros caminos) en unos pocos granos. Unos amigos franceses de mi santa le descubrieron la maravilla y es ya alimento habitual en casa. La empresa Eblý comercializa los granos de trigo precocinados en paquetes de medio kg o de kg (la ración para una persona se calcula en 60 g). Se cocinan según la inspiración y gustos personales, pero sea cual sea el método, siempre salen unos granos de trigo suaves y ligeros, casi sedosos y muy, muy apetitosos. La forma más habitual es por exceso de agua: una cazuela con abundante agua salada hirviendo, se echa el trigo, 10 minutos, se cuela, se sazona al gusto y a comer. La otra forma habitual es por absorción del agua, como si de un risotto (en Caldeni Dani Lechuga hace uno extraordinario, tipo "arroz negro") se tratara: con un sofrito en el fondo de la cazuela, se dora el trigo antes de echar líquido alguno, y después se echa agua salada (o lo que se quiera: tengo algunas ideas que pienso perpetrar un día de estos), 12 minutos y cuando el trigo ha absorbido el líquido, ya está listo para comer.
El otro día sobró bastante trigo de la cena de los niños (cocinado por exceso de agua). Y a mí me encanta la cocina con las sobras, abrir la despensa e inspirarme. Así que hice lo siguiente: en una cazuela, sofreí una cebolleta, con su sal y algo de orégano de Béjar; cuando estaba en su punto, añadí un poco de nabo negro y un puerro, todo finamente cortado y cuando estuvo en su punto, añadí unos trocitos de tomate deshidratado, para que cogieran volumen con el jugo de las verduras y un poquitín de agua que añadí. Tras rectificar de sal, eché el trigo, dejé que se impregnara en la cazuela con los sabores del sofrito y las verduras, de paso se calentara debidamente (la foto muestra cómo quedó), y a comer.
Acompañé el platillo con una botella de Finca La Estacada Syrah-Merlot Cosecha de Familia 2004. Me ahorro los detalles que encontraréis, y bien cumplidos, en su página web. Se trata de una empresa que comercializa como Vino de la Tierra de Castilla (en Tarancón), con viñedos relativamente jóvenes sobre los 500 metros de altitud. Este ensamblaje con predominio de la syrah es uno de los destacados de la casa (13% y una temperatura de servicio sobre los 15-16ºC): tiene una capa media alta, es de color cárdeno intenso, bastante cubierto, con un ribete en degradado del mismo color. A copa parada, ofrece unos francos aromas a tabaco, algo de cuero, monte bajo, cerezas maduras y mermelada de arándanos. Es un vino que te llena el paladar, jugoso, con taninos nada secantes, casi carnosos, apetitoso y de trago agradable. En posgusto y con la ventilación, surgen aromas de ahumados, de zarzamora y matorral (muy agradables, la verdad) y algo de regaliz. Un vino francamente recomendable si tenemos en cuenta que se comercializa sobre los 7-8 euros.
El chanquete (aphia minuta) es un diminuto pescado que habita en suelos arenosos del Mediterráneo y que suele ser capturado cuando llega el buen tiempo a nuestro mar. Es minúsculo (su presencia, arracimada y compacta, puede parecer casi la de las ángulas) y su kg, bastante caro (sobre los 28-30 euros), pero una pequeña porción (150 gr para dos) sirve para hacer uno de los platillos más deliciosos en este tiempo: una suculenta y sencilla tortilla de chanquete. No hay más que comprar el pescado, ponerlo en un colador, darle unas aguas para que suelte su espuma característica, dejar que se seque un poco y ponerlo en una paella con un mínimo de aceite. Cuando deja su tono casi transparente para convertirse en blanquecino, se reserva. Se baten los huevos (tres para dos es nuestra medida), se mezclan con el chanquete, y a la paella de tortillas. Vuelta y vuelta, y a servirla.
Para acompañar esta delicia del mes de marzo nos hemos regalado con una botella del xarel.lo clàssic de Albet i Noya. El otro día pasé con mi amiga Blanca junto a su bodega y viñedos, una maravilla portaestandarte del cultivo ecológico de la vid en este país (toda la información la tenéis en su cuidada y bien informada página web) y me quedé con las ganas de empezar a probar sus vinos de 2006. Éste ha sido el primero y sigue una cuidada estela de monovarietales de charelo en el Penedès (¡que no sólo de cava vive esta variedad!), entre los cuales sobresale el Xarel.lo Pairal de Can Ràfols dels Caus. Los Albet i Noya cuidan la expresión de este monovarietal: maceran los granos de la uva en frío, previamente a la extracción del mosto, del cual sólo aprovechan para este vino el mosto flor (nunca más del 60%). Tras una fermentación muy lenta y cuidada, de un mes, en frío (16ºC), se filtra, trasiega y estabiliza antes de pasar a la botella. Es un vino de 12,5% y se puede comprar sobre los 5 euros. Aconsejo su consumo sobre los 9-10ºC y de ahora mismo hasta 2008. Muestra un brillante color de oro muy pálido, con mínimos reflejos de verdor. Sus aromas son los de la hierba fresca por la mañana, de la raspadura del limón y de la flor blanca de acacia. En boca es un vino que tiene buen cuerpo y presencia, fresco (con una punta de carbónico, incluso en visual) y con un importante poderío sápido, con cierta acidez de manzana y, de nuevo, de verde limón.
Al día siguiente, el mar siguió siendo generoso con nosotros y nos "regaló" (sobre los 21 euros kg) con una fantástica "molla", "mòllera roquera" (brótola o brótola roquera, Phycis phycis). Se trata de un pescado por el que la gente se pirra en l'Empordà (nosotros lo conocimos en Torruella de Mongrí) y que se ve poco en Barcelona. Tiene una carne bastante tersa, algo parecida al besugo pero mucho más sabrosa. La hicimos sencillamente enharinada (con la harina especial para pescado que venden en todas partes) y frita. Una pura delicia. Y que este Xarel.lo Clàssic de Albet i Noya es un buen vino, se demuestra sencillamente diciendo que lo que había quedado de la cena anterior, se bebió con esta estupenda brótola y el vino, 18 horas después, seguía intacto y con todas sus virtudes dispuestas para acompañar al pescado (como ya apuntó, con su añada de 2005, Encantadísimo).

Puede que todavía no para la astronomía, pero para el clima, la primavera ha llegado ya a la naturaleza. Los árboles frutales florecen, los prados reverdecen y las flores empiezan a ocuparlo todo. La vida vuelve al viñedo, tras la poda, y pronto será el momento de empezar a buscar las primeras yemas y pámpanos. Sirva como bienvenida esta bella foto de un viñedo de Mundingen, realizada por claude05.
Me gusta viajar en tren. Me gusta el ritmo que impone, la posibilidad de ver, de pensar, de leer, de pasear, de charlar, incluso de no hacer nada...pero de una forma mucho más relajada (¡para mí!) que en un avión o un coche. En los últimos tiempos me he movido mucho con trenes de los llamados de alta velocidad, sobre todo en Italia y en España. Y siempre me he fijado mucho en los detalles del servicio, en tiempos en que en el avión éste ha dejado prácticamente de existir (a no ser que viajes en clases que yo no suelo frecuentar).
Mis últimas experiencias han sido ya con el AVE que une el Camp de Tarragona con Madrid-Atocha. Además de una cómoda conexión con el centro de Madrid ("pronto" ya desde Barcelona Sants), te ofrece unos espectaculares paisajes (ahora que ya todo huele a primavera) del campo entre Vinaixa y les Borges Blanques o de las tierras de Soria, antes de llegar a Guadalajara. Sólo eso vale ya, en esta época, el viaje. Si uno va en clase turista no tiene derecho, en su asiento, ni a una miserable conexión eléctrica. Si se pasa a clase preferente, mejora algo el servicio (con periódico incluído), pero la máxima expresión de la oferta de RENFE llega con la clase Club (en la foto).
Según la franja horaria te puede tocar un desayuno, una merienda, una comida o una cena. Yo he probado desayunos (siempre calientes y en su punto,el último de huevos revueltos con espárragos y tocino con pimentón) y meriendas.Y la última es la que me hizo pensar en escribir este comentario. Ni me había fijado, pero junto a un menú en que te especifican qué comerás (canapés y panecillos variados, uno de triángulo de pan inglés, con ensaladilla rusa y atún estaba muy rico; el resto bien discreto), te pasan una carta de "Servicio de Bar", en que se especifican los vinos y los brandies y licores. Vinos: si uno quiere blanco, puede elegir entre DO Rueda Viña Marian, Marqués de la Sierra de Alvear o Viña Sol de Torres; si quiere tinto, DO Ribera Señorío de Nava, DOC Rioja Paternina Banza Azul o DO Catalunya Sangre de Toro. Sólo se salva, en mi modesta opinión, el DO Somontano Viñas del Vero crianza. También hay aperitivos, cervezas, zumos y refrescos.
La "sorpresa" saltó, cuando entre tanta mediocridad y perdido en la zona de destilados, topé con un "Fino Tío Pepe" (entre un Brandy Lepanto y un Anís dulce: sic!). Recordé de inmediato uno de los últimos comentarios de Encantadísimo, cuyo protagonista era una inusual botella de este estupendo fino, en un formato (botella verde traslúcida) de exportación, pero no de consumo en España. Pues he aquí que a mí me sirvieron el botellín que véis en la foto (de 50 ml), en una copa (la única decente de todo el servicio, pues el vino lo sirven en una especie de vasos troncocónicos) casi apta para el consumo de fino. Mantenía sus características habituales, aunque con un ligero verdor en ese amarillo pálido brillante, que no sé a qué atribuir: estaba muy seco en boca, como es habitual, con aromas de hueso de aceituna, de la misma aceituna en salmuera, con su punto de salnitre y de almendras saladas. Un trago mínimo, sí, pero estupendo y que me salvó la merienda y la visión de los campos de Soria en envero, a qué os voy a engañar.
En mi opinión, RENFE tendría que atender a estas sencillas preguntas: ¿qué bodega de vinos de calidad no se avendría a embotellar en el formato que se le pidiera y con la calidad requerida, el vino que se seleccione, si se le asegurara que cientos de miles de pasajeros pasarán su mirada por esas botellas? Y ¿acaso RENFE no sabe todavía que algunos grandes vinos de este país embotellan ya ahora en formato pequeño? El último ejemplo: Villa de Corullón de la DO Bierzo. Todos sabemos que no es la forma adecuada de conservar un vino de calidad, pero sí puede serlo para consumirlo con cierta inmediatez. Y la paradoja: una empresa que quiere cuidar todos los detalles del servicio en un tren que es, para ellos, la máxima expresión de la casa (según me confesaba un revisor), ¿no tendría que cuidar, también, al máximo, qué se ofrece en materia de vinos, de destilados y de espumosos y con qué copa se ofrece, en su servicio de restauración? Y si necesitan a alguien que les asesore, no les faltarán voluntarios, no.
La obra de teatro de don Jacinto Benavente da nombre a esta taberna, casa de comidas y vinoteca, en la ciudad de Valencia. La Malquerida, que arranca de una tradición del siglo XIX y goza de continuidad empesarial y familiar desde 1941, se define como "taberna española" y a fe que los goyescos azulejos de las paredes te envuelven en un ambiente de lo más castizo. Se trata de un local muy agradable, amplio y luminoso, situado en una zona muy cercana a algunas facultades de la Alma Mater valentina. Fue Premio Taberna del Año Gourmetour 2004 y mantiene intactas las virtudes que llevarían a la consecución de tal premio.
Una característica destacada del local es la de la cocina de tapas, en que una eficaz y solvente cuadrilla muestra la concentración y la calidad de los productos más característicos del Levante, en dosis no siempre pequeñas. La segunda es un excelente servicio, rápido, atento, eficaz, amable y muy profesional en el servicio del vino. Las copas son adecuadas, la carta bastante extensa y a unos precios muy convenientes (en relación con los precios de las botellas en tienda), y ¡tienen cinco cumilleres en plantilla! En la visita que hicimos al local unos cuantos colegas y amigos, yo tomé una fresquísima y bien aliñada ensalada, una tosta con boquerón frito (sublime, sobre un poco de tomate finamente cortado) y una sabrosa y rica croqueta de jamón, todo en formato tapa. De segundo, vino un cordero a la brasa, quizás demasiado hecho (aunque sé que mi gusto en esto va contra el de la mayoría), con unas patatas fritas extraordinarias: de formato "churrero", aunque cortadas con mayor grosor, estaban recién hechas, eran crujientes pero tenían el alma mínimanente blanda. Deliciosas.
Para acompañar tales manjares, acudió a nosotros uno de los grandes vinos de esta tierra, Finca Terrerazo 2004, de Bodega Mustiguillo. El vino de Toni Sarrión (con la asesoría de mi admirada Sara Pérez) no se acoge a DO alguna, se presenta en etiqueta como Vino de la Tierra de Utiel-Requena, pero es ya un vino de pago de la comunidad valenciana. Se trata de un vino de ensamblaje, a base la la variedad reina local, la bobal (que ellos miman), con aportaciones de tempranillo y cabernet sauvignon. Ha pasado por 15 meses de barricas de roble francés y declara 14,5% en botella. Conviene servirlo a 16ºC. Nuestra botella estaba perfecta y en la carta figuraba a 26 euros, cuando en la tienda se puede encontrar por 21-22 euros: ¡bien por la empresa de La Malquerida!
Ofrece en visual una capa alta, casi impenetrable, del oscuro color del arándano negro, casi sin ribete: la densidad de la coloración lo ocupa todo y tiñe la copa de arándano en envero. A copa parada, te asalta una explosión de frutosidad muy grande, de frutos negros en compota, junto con aromas balsámicos de eucaliptus y de matorral mediterráneo (tomillo). En boca presenta todavía los taninos algo secantes (quizás 2008 sea mejor año para este vino del 2004: el tapón de 49 mm anuncia la presencia de un vino de guarda), pero se revela ya con un alma impactante: un vino amplio en boca, muy pleno, con unos taninos envolventes, que dan largos segundos de placer tras el trago (12 caudalías, calculé mentalmente, aunque sin la precisión de una cata) y que te devuelven esas notas de fruta con un retrogusto de café verde en grano. Es un vino que ofrece grandes dosis de placer a un precio razonable.
Sé que Valencia vive con ilusión y expectativas todo el zafarrancho de la Copa América (no es lo mío, conste), pero seguir descubriendo (gracias a los consejos de mis amigos de ETB) locales como éste, absolutamente recomendables y apetecibles (los datos para las reservas, dirección y demás, están en su página web), me hace pensar que la Copa pasará, pero que la ciudad se mantendrá con su alma amable, hospitalaria y dicharachera, para que la podamos disfrutar por muchos años.

Mirto de las bodegas RamónBilbao representa lo más alto de la gama de la empresa riojana, afincada en Haro desde 1924. Esta larga tradición y experiencia con la variedad tempranillo se condensa, en forma casi apabullante, en este vino. Para él se seleccionan las mejores uvas de los viñedos más viejos de la casa, con más de 70 años, y se procede a la vendimia en un momento alto de maduración (a mediados de octubre). Aunque no lo confiesen en su página web, supongo que en la mesa de selección se quedarán tan sólo con los hombros de los racimos. La fermentación alcohólica la hace a temperatura controlada en tinos de roble francés y la maloláctica, junto con el proceso de envejecimiento, la hace en barricas de roble francés nuevo Allier, durante 24 meses. No hay trasiegos y sí removido periódico con las lías.

Es de destacar, porque creo que tiene profundas repercusiones en el carácter de este vino, que las barricas en las que reposa antes del embotellado (sin filtrado ni clarificado alguno) son especialmente fabricadas para él. Quiero decir que la casa busca un grado exacto de maduración de la madera y de su corte, y un tostado único para la misma. Por los olores que detecté en la cata, probablemente este tostado se haya realizado, además, con madera "aromatizada" de alguna forma (quizás con un fuego no mecanizado, sino alimentado por otras maderas y hojas). El vino se presenta en una botella de grosor enorme, pesada, de formas muy clásicas y con un tapón de 54 mm, todo preparado y pensado para la larga guarda. Tiene 14%, conviene servirlo a 16-17ºC y, si es posible, decantarlo una hora antes del servicio.


Aunque sea consumidor habitual de vinos rosados a lo largo de todo el año, reconozco que cuando empieza a desaparecer el invierno (que apenas ha llegado este año) pienso más en ellos. El otro día mi madre llevó a la mesa unos riquísimos medallones del pastificcio "Da Giorgio" (rellenos con queso y nueces, los unos, y con higado, los otros) y surgió, casi espontáneamente, la idea de tomarlos con un buen rosado. Y felicidad de felicidades: en la nevera reposaba un rosado Roigenc de los Cellers Capafons-Ossó. Esta empresa, afincada en Falset y con viñedos y vinos tanto en la DOQ Priorat como en la DO Montsant, lleva ya muchos años de trayectoria y de buen hacer. De la mano de su enólogo Toni Coca (me cuentan que ha dejado hace poco la empresa, pero este Roigenc 2005 es, por supuesto, suyo) han llegado a ofrecer un buen catálogo de vinos a un precio normalmente muy conveniente. Y tanto por la zona donde se produce como por sus características, yo creo que uno de sus destacados es este rosado, monovarietal de syrah, que está todavía en un punto óptimo de consumo, aunque ya le queda poco. Se ha hecho a base de una maceración pelicular y una fermentación alcohólica a temperatura controlada de 16ºC, para obtener una coloración más alegre y vibrante de lo habitual en los rosados de syrah. Se presenta con 14% y conviene tomarlo a unos 10ºC.
En esta botella todo es finura. No se trata, como pasa tantas veces, de un rosado agresivo en colores y en aromas. Ofrece un bello y limpio tono rosado, bastante intenso y brillante (de capa media-baja), propio de una fruta roja madura como la frambuesa. Su nariz es muy frutal también, y destacan en ella unos limpios y delicados aromas de frutas rojas del bosque, de fresones maduros y, casi, de jarabe de grosella. Creo, con todo, que su punto más fuerte llega con su paso en boca: tras el tiempo que ha pasado este 2005 en botella, se nos ofrece como un vino muy redondo, un vino de paso sedoso y amable y de trago amable y prolongado. Es, casi, un vino "esférico", de muy amable percepción por los sentidos y que invita a seguir bebiendo. No cansa. Presenta su posgusto un leve deje vegetal, de geranio. Se trata de un vino que conviene siempre tener presente cuando llegan los calores y apetece un buen rosado, con carácter y características propias y bien definidas, lejos de los estereotipos de la mayoría de rosados al uso. Se puede comprar sobre los 8 euros.
Foto de frambuesas BY elementalPau
La base es, siempre, una mezcla de pastas blanca y con espinacas (pueden ser frescas o deshidratadas, pero a mí el "paglia e fieno" me gusta con pasta fresca). Hace uno un sofrito con cebolla y un diente de ajo (yo le puse, además, una escaluña, que le da un saborcito...) y cuando está transparente se añade un poco de nabo negro bien desmenuzado (me gusta mucho el perfume del nabo con la pasta). Cuando está listo, se añade un poco de panceta que no sea ahumada. Y cuando esté al punto, se añade el tomate, para que vaya haciendo chup-chup un buen ratito, con sal y un poco de azúcar. En paralelo se preparan unos guisantes. Yo tengo la suerte de tener un mercado cerca: así que los míos eran del Maresme, recién comprados, fresquísimos. Se hierven cuatro o cinco minutos y se detiene la cocción con agua con hielo. Cuando el "sugo" de tomate está listo, se añade un poco de leche (es básico, en esta receta, matizar y rebajar el color y el sabor del tomate: hay quien lo hace con crema de leche, pero yo tiendo a evitarla) y los guisantes. Unos minutos para que los ingredientes cojan todos un mismo aire. Y ya está listo. Tres minutos de cocción de la pasta, al dente dente, este "sugo" como condimento, un poco de orégano y parmesano y ¡¡¡a comer!!!
A ratos tiene uno que escribir sobre cosas que nada tienen que ver con el contenido de este blog. Mi amigo Quim me enseñó, entre otras muchas cosas, la insobornable fuerza que requiere hacer y decir lo que uno piensa. Mi amigo Quim murió ayer, maldita sea, a la edad de 56 años. Nos veíamos poco últimamente pero compartimos mucho durante algunos años y cada vez que nos encontrábamos, el abrazo era cálido y sincero, de amigos reencontrados. Todo cuanto he leído hoy (fue periodista de relumbrón, miembro de la redacción fundacional de El Periódico, hacedor de mil periódicos y revistas desde Cases i Associats) ha girado alrededor de su profesión, su pasión por la información y por cómo los periódicos se hacían y comunicaban. Bien está, era su oficio.
La empresa Bodegas del Palacio de Fefiñanes es una de las históricas de la DO Rías Baixas. Es ya un mito que en Galicia se puedan hacer sólo grandes blancos: el tiempo acabará poniendo también en su lugar a algunos tintos que se hacen por aquellos pagos. Pero no es menos cierto que los mitos surgen de una consolidada realidad, y ésta es que las DOs de Galicia son unas de las grandes productoras de vinos blancos de calidad en España. Una de las uvas estrella es, sin duda, la variedad albariño, de la que esta casa ofrece algunas buenas muestras. La que hoy os comento es la más "sencilla" de la gama, pero me interesa especialmente porque ofrece con mucha pureza lo mejor de esta uva.
Se trata de su monovarietal de albariño blanco joven: fermentación en tinos de acero inoxidable y una vinificación que busca la máxima extracción de potencial aromático y sápido de la variedad, se embotella a 12,5ºC en una bella botella alta tipo renano. Se tiene que consumir a 9-10ºC y como mucho en los dos años siguientes al embotellado. Está, ahora, en mi opinión en un punto óptimo de consumo. Es de un color dorado bastante intenso, aunque inicialmente un poco turbio. Cuando se aposenta en la copa, ofrece unas tonalidades brillantes e intensas. Su potencial aromático, a copa parada y después, es enorme: denso y perfumado, muy floral en nariz, con destellos de flor de acacia, de jazmín y de pétalos de rosa. Su boca es corpulenta y levemente glicérica, pero, al mismo tiempo, fresca: el trago, de largo posgusto, ofrece aromas vegetales, de hierba segada, y minerales, acompañados de una mínima punta de carbónico. Es un vino muy agradable y placentero que se puede comprar sobre los 10/11 euros y que acompañó muy bien una fresquísima merluza sencillamente rebozada.

Reconozco que había dejado para una próxima reencarnación el tema de los "rieslings". Los conocía poco y mal, había catado (con malas selecciones de marcas) lo mínimo y pensaba que los blancos importantes se hacían en otras partes de Europa y, también, en algunas zonas de América y de Nueva Zelanda. El feliz hecho de haberme topado con unos pocos entusiastas de esta uva alemana (miembros de ETB) y su insistencia, casi tan pegadiza como el azúcar que suele campear por estos vinos, empezó a doblegar mi voluntad. Una gran muestra (añada 2005, con varias incursiones a muestras anteriores) organizada por el importador Michael Wöhr en Girona, con la sabia complicidad de Josep Roca y contada con maestría por Calamar, terminó de doblegarme. He decidido, pues, incorporar a mis afanes catadores y de estudio las vinificaciones con riesling que se hacen sobre todo en los países de habla alemana (Alemania, Suiza, Austria, Südtirol en Italia) y de clima frío y húmedo, con alguna incursión americana (sobre todo, Canadá).Escribo este texto el domingo 12 de mayo de 2019. No sé cuándo lo publicaré (al final, ha sido el 8 de diciembre de 2025, sic) pero quiero d...