En los primeros años del siglo XIX, Juan Bautista Navarro tuvo la buena idea de abrir una alquería en plena huerta de Valencia, para vender vino al por mayor. Sus descendientes, José María y Vicente, convirtieron la alquería en un restaurante. La ciudad crecía y crecía pero ellos seguían en su lugar. Uno de ellos, Vicente, "famoso" por su habilidad con pinceles y caballetes, acabaría dando "malnombre" al restaurante. La ciudad ha seguido creciendo, el campus de la Politécnica está a dos pasos por el oeste y grandes masas de edificios y bosques de grúas asoman por el sur, cerca del mar. Pero en el camino que lleva a la Ermita de Vera (del siglo XVII), en su número 14, sigue levantándose, orgulloso de su pasado tanto como de su presente, una de las casas de comidas por antonomasia de la huerta valenciana, la Casa "El Famós".
Los que aman el campo y la huerta, los que aprecian los productos de la tierra y su cocina, tienen un punto de encuentro fijo en El Famós. Mi amigo Xavi es uno de ellos y todavía recuerdo el orgullo con que me llevó al lugar la primera vez que lo visité: podría parecer casi antropología social teñida de romanticismo blascoibañecero, pero no nos equivoquemos. Si El Famós sigue en pie y sobrevive tras más de cien años de historia como restaurante es porque siguen haciendo bien las cosas y porque sus paellas, hechas al fuego de leña, siguen siendo de las mejores de la ciudad.
Estuvimos allí hace bien poco una cofradía de buenos amigos y tras unos suculentos entrantes a base de su reputadísimo "esguerrat" (escalivada con bacalao), calamares de playa rebozados, patatas con allioli y ensalada, nos zampamos la reina de la casa: paella de l'horta, en su punto perfecto de cocción, con un grano entero, suelto, que se fundía en la boca (¡qué gran cosa un buen sofrito y un gran caldo!), con la grasa justa, y sus imprescindibles pollo y conejo, judías verdes y garrafons. La única concesión a los tiempos modernos: los caracoles, si no los pides, no los ponen (parece que a la clientela refinada les disgusta algo la presencia del ilustre habitante de la huerta). Estupenda y en su punto.
Elegimos para acompañar el arroz un Hécula de Bodegas Castaño 2001 (DO Yecla), que andaba ya algo muerto e inexpresivo, y un Enrique Mendoza merlot 2003 (DO Alicante). Este monovarietal de merlot es un producto bastante consolidado, sin grandes altibajos, que te ofrece los mejores aspectos meridionales de las variedades hiperbóreas: con 14,3%, tiene una capa media-alta, del color de la mora madura con un ribete en degradado del mismo tono. Con aromas de fruta del bosque negra bien madura y una buena presencia de sotobosque mediterráneo, su paso por boca es carnoso, aunque con cierto podería alcohólico y sequedad. Su posgusto es bastante largo y agradable, con notas de los ahumados de la madera. Un buen vino siempre que se sirva algo fresquito (16ºC).Yo salí , como siempre, encantado del lugar, haciendo votos porque se mantenga en pie por muchos años más y apostando conmigo mismo sobre cuántos de los de la llamada America's Cup (¡en Valencia y regateando contra un barco de un país sin mar!) acabarían recalando en el Camino de la Ermita de Vera. Pocos, creo. ¡No les hagáis caso e id cuanto antes!
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