
Lorito, galán, pámpano, "lluritu", raor...en dos palabras
xyrichthys nouacula, un pescado de la clase de los osteícticos, del orden de los perciformes, de la familia de los lábridos, que levanta enormes pasiones en las Baleares y en algunas zonas del Levante, no tanto en el sur. Único de los lábridos que habita suelos arenosos, donde se alimenta de invertebrados y de pececillos, es un hermafrodita proterogínico (pobrecito): cambia de hembra a macho cuando llega a los 17 cm y cambia, también, de color, de un tono más rojizo a uno verdoso-azulado.

Cualquier cosa escasa que levanta pasión tiene un precio elevado, ya se sabe: nuestros amigos mallorquines nos lo tenían avisado "no hay pescado mejor, más sabroso, más delicado, más suave que el raor". ¡A 49 euros el kg! En fin...para el capazo, enharinado y frito, que es la mejor manera como aconsejan consumirlo, hizo las delicias de la familia entera, aunque tocara apenas a una tapa por mandíbula. Si lo véis en vuestro proveedor habitual, no lo dudéis: a por él. Su acompañante fue, en esta ocasión, un buen puñado de "sonsos" (lanzones,
gymnammodytes cirerellus), fritos con el truco de nuestra pescatera: la harina se tira en la paella donde se fríe.

Para acompañar esta frugal comida sabatina, tiramos de Cigales. Un rosado de Ovidio García 2006, denominado "Pasión", que se presenta con 12,5% y representa, para lo bueno y para lo malo, la mejor tradición del clarete de la zona. Dudaba mi amigo de
Vinus et Brindis (Santa María del Mar: la mejor tienda de la franquicia en Barcelona para mi gusto, por la persona que tiene al frente) sobre que aquello que leíamos en la etiqueta fuera "legal" (80% tempranillo, 20% entre albillo y verdejo), pero una vez consultado el reglamento de la DO (art. 15.1), constato que aquello que hace O. García es, exactamente, aquello que permite la DO: se trata de un rosado "cigales nuevo", para el que es obligatorio, por lo menos, un 60% de tempranillo y un 20% de las variedades blancas permitidas en la DO. De capa baja y color muy de Cigales, entre la piel de cebolla algo subida de tono y la cereza a medio madurar, presenta aromas muy suaves (a copa parada) de fresa del bosque y poco más. Su punto más fuerte (entre comillas) es, más que su paso por boca (acidez algo subida, aunque con un agradable aire de frescor y de juventud), su posgusto, amplio y poderoso, con aires de caramelo de fresa, de fresón maduro y de zarzamora. Se trata de un vino correcto (algo menos de 4 euros la botella), aunque algo inexpresivo. La verdad es que los loritos le vinieron grandes: uno no termina de aprender nunca.
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