
Castillo de Monjardín siempre han sido uno de mis referentes en la elaboración de rosados. Con viñedos en la DO Navarra (en el valle de San Esteban), su gran afición por usar para ellos la variedad merlot en tierra donde reina la tempranillo y, sobre todo, la garnacha (para rosados, ciertamente), me llamó la atención. Y en tierras donde lo más habitual para esta vinificación era la búsqueda descarnada de la frutalidad y del frescor, se soltaban con un rosado de merlot que había afinado en madera unos pocos meses. Sin alardes, pero ese vino me gustaba bastante, sí señor.
Pero desde hace cierto tiempo, sin abandonar la merlot (lo confieso, será por mi pasión bordelesa, y a pesar de la película "Entre copas", se trata de una de mis uvas preferidas), vuelven a vinificaciones más "habituales" en la zona. Entre comillas, en efecto, lo de habituales, porque en este caso el mosto fermenta sin hollejos y apenas sin maceración previa. Y tras la alcohólica, va directamente a las cubas de inoxidable, donde se asienta y estabiliza. No hay, aquí ya, madera para un vino que sale con 13%.
Pero desde hace cierto tiempo, sin abandonar la merlot (lo confieso, será por mi pasión bordelesa, y a pesar de la película "Entre copas", se trata de una de mis uvas preferidas), vuelven a vinificaciones más "habituales" en la zona. Entre comillas, en efecto, lo de habituales, porque en este caso el mosto fermenta sin hollejos y apenas sin maceración previa. Y tras la alcohólica, va directamente a las cubas de inoxidable, donde se asienta y estabiliza. No hay, aquí ya, madera para un vino que sale con 13%.
Su color es de capa baja tirando a media y es un vino que se mueve entre la fresa madura, por su tono, y la grosella roja, por su atractiva brillantez. Sus aromas son, de pronto, los del sirope de grosella de mi infancia, con un punto vegetal de zarzamora, y una nota como de bodega a oscuras. En boca es un vino muy goloso, con bastante cuerpo, que acaricia el paladar con ganas y voluntad y arrastra y atrae con sus puntas de carbónico. En retrogusto, asoman, quizás en demasía, notas de azúcar de algodón o del caramelo con que se suelen envolver las manzanas de la feria en verano. Es un vino franco, que no engaña en su sencillez, goloso y sin complejidad alguna, que ofrece una alternativa agradable para ciertos platos de verano o, simplemente, para una distendida charla entre amigos o amantes (amigos y amantes, ya se sabe desde que Harry se encontró con Sally, es una combinación difícil de encontrar). Castillo de Monjardín sigue acertando con sus rosados de merlot, en este caso, además, ¡a un precio de 3,2 euros la botella!La foto de las grosellas rojas es de lilianamartinez.com.
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