20 de juny, 2007

Roma en el alma y en la panza


Algunos flecos quedaron por resolver después de mi última, larga, intensa y fructífera estancia en Roma. Y Roma, que es ya mi ciudad de adopción para siempre, volvió a abrirse con la complicidad y el cariño que sólo muestran los íntimos amigos que hace tiempo que no has visto. Días de trabajo, claro, pero también de paseo y de solaz en una primavera, a ratos lluviosa: Roma, siempre abierta, siempre acogedora. No me resisto a mostraros algunas de las cosas en las que no me detuve en crónicas anteriores, pero que pertenecen a un recorrido que, en parte, hago de tanto en tanto cuando estoy allí.

Hagamos una primera parada en lo que es, para mí (¡y aquí, sí, que cada maestrillo saque su librillo!), la mejor pizzeria al taglio de la ciudad. Es muy céntrica, la Pizzeria Florida (Via Florida, 25), cerca de la parada del tram 8 y delante del área sacra di Largo Argentina: pizza de patata y funghi porcini; de mozzarella de buffala y tomate cherry; de flor de calabacín y anchoa (mi preferida, en la foto); pizza de salsicha...Una pasada a precio módico, de verdad.

Pero no sólo de pizza vive el hombre... Si dejamos la zona de Largo Argentina y "paseamos" por el Corso Vittorio Emanuele, toparemos con un museo del que casi todo el mundo pasa de largo, pero en el que una segunda parada se hace imprescindible: palazzo discreto (construido por Sangallo il Giovane en el Seicento), de tres pisos, sucio y de paredes tristes, el Museo Barraco esconde en su interior un tesoro. Se trata de una de las más emocionantes colecciones privadas de arte antiguo de Roma, la que el noble calabrés Giovanni Barraco construyó con tesón y pasión a lo largo de su vida, en el siglo XIX. Piezas maestras, selección de anticuario cuidadísima, que va desde el arte egipcio (3000 a.C.) hasta la Edad Media, con momentos mágicos, como los que proporciona, sobre todo, el arte griego de los siglos V a III a.C. (en la foto, cabeza de Venus).


Tras saciar el espíritu, os propongo que al salir del Barraco, torzáis a la derecha y callejeéis por la parte de Roma que va del corso al río, hasta encontrar la Via dei Banchi Vecchi. De hecho, se trata de una pequeña "vuelta", porque esta vía acaba de nuevo desembocando en el corso, pero es que se trata de una mis calles preferidas en la ciudad: pequeños comercios artesanos, alguno de los bares de vinos que más me gustan (otro día hablo del "mío"), anticuarios, restauradores y, justo al final de la calle, cuando ya se oye de nuevo el ruido del corso, un extraordinario negocio familiar: Pasticceria Pane e Pizza, en Via dei Banchi Vecchi, 106.

Papá, mamá, las dos hijas y el pizzaiolo que le echa los tejos a una de ellas, regentan este negocio que hace, para mí, la mejor pizza biancha (es decir, aquella que jamás piden los turistas: la masa de la pizza, sin más, con un poco de orégano y aceite) de la ciudad: una tercera parada aquí es muy reconfortante. La maravilla, además, es que a ratos, cuando tienen tiempo, abren la pizza biancha por la mitad y te la embuten con lo que más te apetezca (en la foto, con mozarella y jamón). Tienen unos pocos taburetes y una mínima barra acodada a la pared. donde puede uno recostarse, girar su vista hacia el mostrador y la puerta de entrada y, sin más, ver cómo la vida misma entra y sale a borbotones por la puerta: Roma en esencia, la Roma de la vida de cada día.

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