
Unos amigos recientes pero ya queridos viven en pecado desde hace tiempo, contentos y felices. Tan bien funciona la "prueba" que deciden poner papeles de por medio y se casan oficialmente. Y tienen la delicada y feliz ocurrencia de convocar a sus amigos, entre los cuales no pocos calificados enotarados, en el
Hotel 54. Este hotel, situado en el corazón de la Barceloneta, podría pasar más o menos desapercibido si no fuera por un detalle que lo hace grande: dispone de una buena terraza con un vista privilegiada sobre el "port vell" de Barcelona y la montaña de Montjuic.
Mis amigos alquilaron la terraza (si no hay alquiler de por medio, la terraza es de acceso libre: ¡copas con una vista de privilegio!), apalabraron un interesante surtido de platillos (entre los cuales un pan con tomate buenísimo; unas lentejas con menta y cebolla, suaves y refrescantes; un estofado de ternera "a la antigua", con unas patatas deslumbrantes y unos pinchos de ciervo, contundentes y sabrosos) y convocaron a la mesnada que, atenta a la orden, se presentó con un amplio surtido de botellería variada, del que se dio buena cuenta. Menudos somos los enotarados amigos de mis amigos.

No pretendo hacer una crónica detallada de lo que probé durante la cena porque ocuparía varias "páginas" y tampoco tomé notas de todo. Pero de lo catado y retenido, destaco por encima de todo dos botellas: la primera, una magnum de cava Parisad 1998, de
Ca'n Ràfols dels Caus. Se trata del cava de crianza de la casa, con mayoría de chardonnay y mínimas notas de macabeo y charelo, con fermentación en roble y dos años en rima. De un profundo y bello color dorado, ofrece una burbuja muy fina y unos aromas, ya a copa parada, alarde de su cuna: avellanas ligeramente tostadas, manzana al horno, pastel de apple-crumble y, ya al final, hinojo. En boca es pura seda su tacto, goloso y elegante: una maravilla que, si veis, tenéis que comprar. Lamento no poder ofrecer foto: la web de la bodega muestra una bellísima, visualizable en Flash Player, pero no sé cómo bajar una foto en ese formato (¡identificando la fuente, por supuesto!.

Más difícil será que encontréis la segunda maravilla (en mi opinión) de la noche: un Vouvray, Domaine du Haut Cousse 1990. Se trata de una añada histórica en Vouvray (Loire), donde una de sus reinas, la chenin, alcanzó un enorme grado de perfección en su podredumbre noble (en la foto), comparable tan sólo (hablamos de casi 20 años) a lo sucedido en las cosechas de 1997, 2003 y 2005. Este "vin moelleux" botritizado, monovarietal de chenin, con un azucar residual de entre 40 y 50 g/l, está ahora mismo en un momento óptimo de degustación, pues mantiene viva la acidez y el frescor de que le dotó su extraordinaria fruta. Con 11,5%, conviene servirlo sobre los 9-10ºC. Posee un color dorado intenso, con reflejos ambarinos y ya en copa se muestra muy glicérico, con una profunda y lánguida lágrima. Es un vino que evoluciona durante dos horas, por lo menos: empieza con frutas en almíbar casero (melocotón, albaricoque), sigue con matices de dulce de membrillo y termina con un alarde de mieles sutiles, tipo mil flores o azahar. En boca tiene una esplendorosa estructura, llena por completo, abre todos tus sentidos con esa untuosidad, esos perfumes de fruta madura acompañados, todavía, de un frescor y una vivacidad notables. En poquísimas añadas se produce en Vouvray "vin moelleux", 1990 fue una de ellas y allí estaba aquella botella, para goce y deleite de los novios, claro está, y para pasmo de los invitados que estuvieron atentos al asunto (¡gracias, Estrella!). Si encontráis una botella (también de las añadas de 1997, 2003 ó 2005), comprad una para vosotros y otra, por lo menos, para mí. ¡Y nos ponemos en contacto!
¡Y que vivan los novios!, claro está.
La foto del puerto de Barcelona es by
tgkw, en flickr.com.