23 de setembre, 2007

Dos decepciones y una satisfacción

No suelo hablar en mi cuaderno de notas de grandes decepciones en las botellas que cato porque, sinceramente, suelo tener suerte. Pero sabéis también que si algo no funciona, con educación y corrección, también lo comento. Y de mis últimas botellas mallorquinas, he tenido la desgracia de topar con dos decepciones, dos botellas que han salido con graves defectos. Adelanto que cuido mucho los detalles de conservación y de servicio y que creo que los defectos encontrados en ellas son de bodega, en variadas fases, o de defectos surgidos durante la conservación, pero no de servicio y, por supuesto, tampoco de gusto personal de un servidor. Pero, como siempre, si alguien tiene que corregirme, que lo haga, por favor. La primera decepción ha sido un Son Prim merlot 2006, de una pequeña bodega afincada en Sencelles, conducida por Jaume Llabrés, que produce vinos de la tierra de las Islas Baleares. Este merlot es un "blanc en noir" que me apetecía mucho, con un suave y muy rápido prensado de la uva para un mínimo contacto con los hollejos que produce un color de capa casi interior de cebolla. Con 13,5%, lo serví sobre los 10ºC y para mi desgracia, ya desde copa parada, unos tremendos olores de sulfuro de hidrógeno (bomba fétida y huevos podridos, para entendernos) invadieron mi nariz. Este problema, que puede originarse ya en bodega o durante la conservación en botella (la gran crítica a los tapones de rosca es que producen H2S en los vinos en un porcentaje sobre el 2 y pico%, de la misma forma que los corchos producen TCA en los suyos, en un porcentaje quizás mayor) es debido a una reacción del anhídrido sulfuroso del vino. Cuando lo encuentro, no puedo con la botella y en este caso, el problema era enorme.

Menos grave para mí como defecto, pero igualmente desechable y criticable, es el que detecté en la botella que abrí de Quíbia 2006. Este vino blanco, producto de la gente de Ánima Negra (en Felanitx), procede de viñedos con una antigüedad media de 20 años, fruto de un ensamblaje entre la prensal blanc (85%) y la muscat (resto para dar cuerpo y aromas a la variedad autóctona). Con una maceración de tres horas y una fermentación a baja temperatura en grandes depósitos de inoxidable (no hay aquí, a lo que parece, contacto con la madera en esta versión 2006), ofreció un interesante amarillo pálido, pero ya a copa parada y, muy claramente, tras aireación, surgió imparable otro defecto. Un defecto que, normalmente, se produce cuando el bodeguero busca realizar una fermentación, siquiera parcial, maloláctica en un vino blanco. Cuando esta fermentación no es intencionada o, si cuando se realiza, ésta sufre de languidez, se producen desviaciones organolépticas que ofrecen olores entre la tierra mojada, el cartón húmedo y el yogurt. Los dos primeros fueron los que surgieron en el Quíbia 2006.

Mi última experiencia, contrastando con lo anterior, ha sido una satisfacción plena. Se trata de un, en otras añadas, premiado Son Prim Sira 2004, un monovarietal (también VT de las Islas Baleares) de syrah, que ofrece un brillante, bello color rubí, con una capa media tirando a alta. A copa parada suena bastante vegetal, con algo de rapa y, casi, pimientos verdes, pero se abre enseguida y da paso a una panoplia de frutos negros del bosque y mora en su zarza. Tiene un cuerpo medio en boca y sus taninos son algo duros, pero no desagradables y ofrecen un largo e intenso posgusto. Tomado a su buena temperatura (16 ºC), su 13,5% alegró una de las cenas de la vendimia pasada, con una deliciosa tortilla de patatas y cebolla.

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