13 de gener, 2008

Borrachuelos: caminos hacia el cielo


Tenía mis dudas sobre cómo titular la entrada de hoy: no quería dejar de poner el nombre de su protagonista absoluto, el borrachuelo, pero al mismo tiempo, quería señalar la intervención decisiva de Dios en el asunto...me explico. Seguimos en Málaga, ciudad de callejuelas viejas alredededor de la catedral, de alegría y de luz, pero también, y en grandes dosis, ciudad de cultura y ciudad de fe. Os aseguro que pocas cosas me han impresionado tanto como ver la preparación de las fiestas navideñas en la ciudad o la de su semana santa. Repito: su preparación, el ambiente previo que se respira por sus calles, comercios e iglesias. Pues resulta que en el puro centro de la ciudad, cerca de la catedral, moran unas hermanas del Císter, en la Abadía de Santa Ana (C/ del Císter, 13). Lo señalo por lo poco habitual que es encontrar cistercienses tan cerca del mundanal ruido. Pero las monjas han encontrado su camino para acercarnos al Señor...

Son de clausura y van a lo suyo, a lo que les indicó San Benito, que es orar y trabajar. Y entre rezo y rezo (así se acercan ellas a Dios), las benditas hermanas han decidido, para alegría de nuestros estómagos y corazones, hacer borrachuelos. No es una receta única de Málaga, por supuesto (de hecho es un pastelillo habitual en no pocas zonas de España), pero los de Santa Ana del Císter en Málaga pasaban por ser algo extraordinario. Y yo, ni corto ni perezoso, le pedí a mi proveedora habitual una caja (¡gracias mil, Concha!). Por humana y maternal (de mi proveedora) intermediación, me llegó este fin de semana la caja, y su contenido, en la foto lo véis: borrachuelos azucarados con sus elementos habituales (harina, aceite, ajonjolí, matalauva, vino dulce de Málaga, cáscara de cítricos...), pero con una textura y una delicadeza en su relleno únicas. ¿El secreto? En vez del habitual cabello de ángel, ¡las hermanas le ponen polvo de batata! El resultado, para los que somos amantes del dulce, es de impacto, delicado en su interior y contundente en su ropaje. Tomado, como hicimos, con una copa de recioto di Soave La Perlara, nos hizo comprender que, a través de los borrachuelos, podemos meditar e intentar acercarnos a Dios. Rabelais también lo hizo así, ¿no?

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