Estos días pasados me han dado mucho que pensar sobre cómo se están haciendo las cosas en la Ribera del Duero (de hecho, también en otras zonas del país). Vaya por delante que no quiero ni pretendo generalizar y que no hablo aquí de una cata general de 2004, sino de mis impresiones ante la degustación, separada por pocos días, de un Flor de Pingus 2004 y de un Costaval crianza 2004. Ambos son comparables, por tipo de fruta, por meses de madera, por DO, aunque uno represente a la zona burgalesa y el otro a la vallisoletana. Del primero: son sobradamente conocidos y reconocidos el trabajo y los productos de Peter Sissek como para que me alargue yo en el asunto.
Este vino nos fue presentado por un amigo en una cata a ciegas y había recibido el trato que se merece, tanto en decantación como en temperatura. Como siempre, escribo lo que siento y pienso y al tener la ventaja de haberlo probado a ciegas, nadie dudará de que no me dejé influenciar por nada: fui literalmente incapaz de identificar la fruta que se escondía en el decantador. Primer impacto visual: casi de tinta china, de picota muy muy madura, de brea, capa alta-alta, impenetrable. Primer golpe de nariz: maderazo. Segundo golpe: maderazo. No sé, porque no lo cuentan en ningún sitio que yo conozca (algunos de los grandes bombazos / vinos / marcas españolas de los últimos años no se prodigan en información pública), si este Flor de Pingus sigue el estilo del Pingus, aquello del 200% madera. Pero lo parece. Al cabo de un buen rato y con más temperatura en copa, uno empieza a percibir fruta negra madura (arándano negro en compota) y mineralidad (sílice), pero poco más. Primero pensé "alta expresión", y lo digo con retintín, de la DOC Rioja; después, pensé lo mismo pero de la Ribera del Duero; después lo mismo, pero de Australia (osea, que pasaba de la tempranillo a la tinta fina y de aquí a la syrah) y después, pensé: si no consigo identificar la fruta; si además, me pongo el vino en boca y noto una estructura débil, con una acidez muy justa (al tanto con los años que envejezca este vino porque dará un disgusto a más de uno), es que algo está fallando, o en mí o en el vino. Cuando supe que era Flor de Pingus 2004 pensé, claro, que el que fallaba era yo, que cómo podía ser que un vinazo tan elogiado por todo el mundo, me resultara tan discreto en nariz, en boca y en posgusto. A algunos amigos de cata les gustó de veras, pero cuando preguntaba yo "descriptores" de la fruta que permitieran ubicar el vino en una zona concreta del mundo, pues nos quedamos a dos velas. Mucho trabajo de diseño, mucha marca fabricada a golpe de titular, mucha madera extraordinaria y de lo mejor de los fabricantes de Burdeos, pero poco vino y fruta en nariz y en boca, poca estructura (más bien plano) y acidez muy justa. Mi amigo lo compró a la avanzada por 50 euros la botella (aprox.). Ahora en tienda está sobre los 90-100 euros la botella. Creo que tiene que aguantar por lo menos tres años en botella, pero si se va más allá de los seis, empezará a dar disgustos.
Se abren aquí variados temas de debate: que si a unos les gusta mucho el impacto de los taninos de la madera y sus aromas sobre el vino; que si a los otros les gustan más los vinos con sabor a fruta y a secundarios, etc. A mí, qué queréis que os diga, me gusta el vino que sepa a vino, eso primero. En segundo lugar, y cada vez más, me gusta el vino que sepa a algo específico (fruta, territorio) del lugar del que procede. En tercer lugar, y aquí generalizar es peligroso (porque hay vinos que pueden ser tomados perfectamente solos), me gustan los vinos que sirven para acompañar la comida. Y en cuarto, pero no último lugar, y aunque pueda parecer paradójico, me gustan los vinos que me dan placer. Me estoy amoldando, cada vez más, al Código Theise. Y puede que no sea muy correcto o que esté opinando contracorriente, pero Flor de Pingus 2004 me pareció un vino muy fiel a una imagen y a una marca y a un concepto muy internacional de la calidad, pero muy poco representativo del territorio y de la fruta del que nace. Como vino, además, me dio poco placer. Seguro que dentro de tres años, si vuelvo a probar este 2004, cambio de opinión. Su precio en tienda, me parece, directamente, un atropello. En cambio, Costaval crianza 2004, me supo de entrada a la uva que lo hace, me olió a vino y los aromas que convierten al mosto en vino, acompañó de fábula la comida con que lo tomé (un sencillísimo pollo marinado y hecho a la plancha, con sal gorda y orégano) y me dio bastante más placer, como vino sin apellidos ni adjetivos, que el primero. A 10 euros la botella, qué queréis que os diga...La foto del Pingus es de Tintoyblanco. La de la tempranillo, es de Turismo de la Rioja.

















