15 de maig, 2008

100% garnacha: IEC #10


Este comentario es un canto de amor a la garnacha, una de mis variedades de uva preferidas. Sea cual sea su clon o su variedad específica, sea la peluda, la roja o gris, la tinta o la tintorera, llámese navarro, giró, gironet, lladoner, tinto aragonés, grenache noir, cannonau, toccai rosso, vernatxa, etc., es una de las variedades más características de esta parte del globo vinícola y algunas de sus zonas más ricas en cepas y racimos de gran calidad se encuentran en Aragón, en Catalunya, en el sur de Francia, en el sur de Portugal y en Córcega y Cerdeña. De buena fertilidad y vigorosa, de porte erguido y gran amante del sol, huye de las lluvías tardías pues es, también, de maduración algo tardía. Estos días he estado probando algunos monovarietales de garnacha tinta. Empecé casi por casualidad, con un Murero 2004, vino de la Tierra del Jiloca; seguí con un obsequio de mi amigo Pedro Barrios (un Tobelos Garnacha 2005, de la DOC Rioja) y terminé ayer mismo con un sorprendente Evohé 2006, vino de la tierra del Bajo Aragón.

Por supuesto, se trataba de vinos distintos, de tierras distintas y con vinificaciones distintas, pero todos eran monovarietales de garnacha y todos tenían rasgos comunes. Y me propuse "¿por qué no redactas una nota que resuma aquello que tú ves como la esencia de la garnacha?". Y ahí va la descripción de esos elementos comunes, a través de estos tres grandes vinos. Estas garnachas ofrecían un color cárdeno, granate bermellón de capa media-alta, que a ratos se acerca a la mora madura, a ratos barrunta con su adolescencia. Elaborada en pureza y con poca o ninguna madera, aporta siempre una frutosidad importante en nariz: aromas intensos de grosella negra madura y de zarzamora en mermelada, su paladar es fresco y jovial, aunque con taninos importantes, redondos, bien armados, largos y algo secantes. En boca se disfruta mucho, pero en posgusto sigue el alarde de aromas, con pimienta roja en el árbol, recién estrujada en tu mano; con unos matices ahumados discretos que suelen acabar en café torrefacto (ese punto dulzón no le abandona) y con un recuerdo de carne al punto muy sabroso.

Estoy seguro de que podríamos seguir añadiendo descriptores a estas garnachas y me gustaría que quienes hayáis tomado monovarietales recientemente, quizás de otras zonas (aquí me he movido entre Aragón y la Rioja), hagáis vuestras aportaciones. Los tres vinos que han motivado mi nota de hoy, todo hay que decirlo, tienen precios muy distintos: el Murero 2004 ronda los 25 euros la botella; el Tobelos, está por los 15-16 euros y el Evohé 2006, no os lo perdáis, lo compré por 5,5 euros. Los dos últimos tienen una RCP impresionante y el precio del tercero, en relación con lo que probé, me dejó casi mudo.

He elegido, además, a este último vino, EVOHÉ, para que forme parte de la convocatoria de La Guarda, IEC #10. El evento no tiene un título concreto pero pretende homenajear a San Isidro Labrador en su día. Evohé es el grito del dios Baco por excelencia, el que le lleva a la lucha, el que llena sus cortejos de humor, vino y algarabía, es el grito tras la cosecha. Este vino me lo tomaría, si sigo el juego propuesto, en algún rincón de Tracia, quizás el lugar donde Horacio, lleno de "baco", vio al dios aleccionando a sátiros y nimfas (Hor., Carm., 2, 29, 1-4). Me lo tomaría con Aegle, la más hermosa de las Náyades, que Virgilio inmortalizara (¡si falta le hacía!) en su Bucólica 6, Aegle, que hizo enloquecer de pasión y amor a Sileno, hasta el punto de hacerle susurrar, para ella y para sus cómplices, uno de los más bellos cantos sobre el origen del mundo. Aegle, tras tomar EVOHÉ, me miraría con dulzura y picardía a los ojos, viejo borracho con las manos atadas por guirlandas y las sienes pintadas con jugo de moras maduras, y me diría "¿seguimos con una ánfora de aquel vino extraordinario que tanto sedujera a Trimalquión? ¡Que nos traigan un Falerno de Opimiano, de cien años!". Y desde la gruta mullida y cálida, forrada con mil pétalos de rosas, veríamos cómo las sombras cada vez se hacían mayores sobre el valle, veríamos cómo las chimeneas empezaban a humear a lo lejos y veríamos, ay, cómo las guirnaldas se desataban, solas y lentamente...

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