Iberoamérica en cata va ya por su undécima edición: confieso que el éxito sorprende a la propia empresa. La idea ha sido acogida con cariño e ilustres amigos y compañeros en las cosas del comer y del beber han ido proponiendo ideas, catas y guiños que acabarán configurando, si no lo hacen ya, una auténtica guía de la diversidad vitivinícola en nuestro vinífero planeta. El Vizcayno, en esta última edición, propone una brillante a la vez que compleja idea: "evocando los orígenes". Se trata, ni más ni menos, que de explorar en los recovecos de nuestra memoria para sacar a la luz aquel vino, aquel momento que hizo nacer en nosotros el interés y la pasión por este tema.
Le comentaba la convocatoria el otro día a mi madre e insistía ella en que todo era "culpa" suya. Desde mi segundo año de vida, me contaba, cada celebración familiar en casa terminaba, como en tantas otras en Catalunya, con varias botellas de cava. Y mi madre, uelis nolis, siempre me daba varias cucharaditas de burbujas. Parece que al niño que era le encantaba ese líquido efervescente y cosquilleante y no tengo la menor duda de que mi actual pasión por los vinos espumosos, vengan de donde vengan, nace allí. Pero, ay, para ser sincero conmigo mismo, no tengo un recuerdo fino de esos primeros momentos. Los sé, los conozco, porque me los han contado, no porque los recuerde yo "de primera mano". Mi primer recuerdo, del que tengo, aquí sí, una fina y precisa memoria, tiene que ver con los dos personajes que véis a vuestra izquierda: San Clemente y Kinito. ¡Menuda mezcla! pensaréis la inmensa mayoría de vosotros, insultantemente jóvenes, que ni conocéis ni recordáis el "boom", el enorme éxito que supuso para la Bodega López Hermanos, el lanzamiento de Kina San Clemente, allá por los años cincuenta. La bodega remonta su historia a finales del siglo XIX y se hizo famosa (los "dos leones", los hermanos López, eran conocidos por sus aguerridas tácticas comerciales) por su Málaga Virgen.
Pero en la época más dura y desarrollista del Franquismo, aquella que a mí me tocó vivir (nací en 1960), aquella en que los niños no podían ya pasar hambre ni parecer raquíticos ni esqueléticos, a los López se les ocurrió la extraordinaria, brillante, idea de lanzar una bebida alcohólica de 13% (sic!!!), hecha a base de una mezcla NV de vinos secos y dulces de sus soleras, a la que añadieron extracto de quina. Un vino quinado, vaya, sin más secretos que una propaganda que jugó, por primera vez junto con algunos coñás, con la complicidad absoluta de la televisión. Un vino quinado, Kina San Clemente, que recogía las esencias de la quina, tan apta para combatir la inapetencia como para controlar algunas enfermedades tropicales, con un poder secante y astringente tremendo y con unos aires medicinales, de farmacia vieja, que echaban para atrás. Kina San Clemente "¡¡¡da unas ganas de comerrr!!!", rezaba el lema. Y em mi casa, en mi, en aquel tiempo, casi pequeño y accesible pueblo de Igualada, se creyeron a pies juntillas el lema, sobre todo mi abuela paterna, Roser. Y me recuerdo, en las épocas que pasaba en su casa (C/ Sant Josep 24, junto a la piscina del Casal: ya todo existe sólo en mi memoria), volviendo de jugar al mediodía, con un sol de justicia y un calor asfixiantes (clima continental puro el de mi pueblo), yendo al armario que se encontraba al principio del comedor, junto a la puerta del patio, y tomando la botella de la Kina. No era como las que comercializan ahora (me ha costado un montón encontrarla, pero el Celler de Gelida me proporcionó una por 5 euros), de un litro y más estilizadas. Eran más estilo "Far West" (Bonanza, ya me entienden los nostálgicos), casi como una petaca: cogía el vasito que estaba junto a la botella y me atizaba, ¡en ayunas!, un lingotazo de Kinasanclementedaunasganasdecomerrr...ni os explico la euforia con la que me sentaba a la mesa! Yo creo que mi curiosidad real por el vino nace aquí y mi pasión por los vinos andaluces hunde sus raíces en el hecho de que he sobrevivido a esta experiencia. Porque mira que es la Kina San Clemente... No quise escribir esta nota sin volver a hacer la prueba (recatar que dicen los expertos, tras más de 30 años de no pasar por ella): tomado bien fresco, casi frío (9-10 ºC), tiene una capa media y un color caoba bruñida algo oscura, con un deje final yodado. Huele y sabe, sobre todo, a farmacia antigua, tiene aires medicinales, suelta ciertos aromas de pasa madura pero de esas que uno rehidrata para cocinar y en boca, tiene un paso muy discreto, casi acuoso, con cierta astringencia y sequedad. Ese niño que fui, creció y creció gracias a la Kina San Clemente, o no, pero el bebedor de vinos que ahora soy se queda con su recuerdo de infancia. Con eso me basta. Sobreviví.


















