01 de gener, 2009

Take a Walk on the Wine Side


Malena, desde Observatorio de Vino, me provoca con amabilidad y clara intención de que opine sobre algo tan complejo como es la comunicación del vino y sobre el vino. Porque no son lo mismo, no para mí por lo menos. Que el vino comunique afecta tanto a su continente (la forma de la botella, las etiqueta y contraetiqueta, una web, un blog...) como a su contenido (qué bebemos, cómo lo hacemos). Que se comunique sobre el vino afecta al tipo de lenguaje, a qué se dice y cómo se hace sobre un vino que, antes, ya ha establecido esa primera comunicación con su consumidor y, por qué no, con su "lector". En ambas esferas prima para mí un concepto que no suelo ver con frecuencia: quien hace el vino, quien ayuda a venderlo y quien habla de él tendrían que tener algo claro que decir, algo propio que expresar, algo peculiar que comunicar: sea cual sea, SU punto de vista. No es por azar que las preguntas de Malena me remitieran de inmediato a un brillante artículo que, creo, ha pasado algo desapercibido. Lo escribió Benoît Valée el pasado octubre y en él hacía un elogio de la lentitud en la degustación y comprensión del vino, que comparto hasta su última coma.


Nos pierde la inmediatez, nos abruma la manipulación grosera del deseo y nos avasalla la búsqueda de la uniformidad. Cambiemos esto tanto en la comunicación del vino como a qué se dice sobre él, apliquémoslo también a nuestro contacto con él, a nuestra aprehensión visual, estética y organoléptica del vino y veremos cómo podemos hacer, entre todos, que las cosas sean distintas. Construir una opinión propia, tener un punto de vista, ser críticos con aquello que vemos y probamos, ofrecer un mensaje diferenciado para un vino, no es posible si todos los vinos son iguales. Es así de sencillo. Comunicar el vino tiene que empezar, pues, en el viñedo. Quien lo hace tiene que estar en él, tiene que amar, observar, intuir, cuidar y conocer todos los secretos de sus cepas (Benoît citando a Didier Barral). En pocas palabras, tiene que querer decir algo de su tierra y de su viñedo a través de su vino. No hace falta un discurso teórico, ni mucho menos. Los años me han enseñado que los grandes viticultores que conozco sienten e intuyen, conocen a fondo y, a partir de aquí, deciden y crean. Si se equivocan, rehacen; si aciertan, siguen. Si ese proceder falla, el edificio se derrumba. Por supuesto, la mayoría lo salva a base de trucos mil (en el viñedo, en la vinificación, en el márketing, en la comunicación a través de los estantes de una tienda, etc.), pero si estos pasan a la "cadena", repito, el "edificio" no se sostiene.

Comunicar el vino tiene que seguir en la imagen que se da del mismo. Si no se tiene nada propio que decir, ¿cómo se va a a comunicar nada que llegue al consumidor? ¿Cómo se podrá trabajar con un especialista como Malena para que nos ayude a transmitir algo complejo? Pongamos como ejemplo la etiqueta de Lapierre, firmada por Siné para su Vin de Pays des Gaules 2007. Un vino que nace en Villié-Morgon, 100% gamay, de una cultura que mima lo concreto y específico, que respeta la naturaleza, que vinifica de forma natural, que quiere expresar sin más qué es la gamay, comunica todo eso a través de una imagen sencilla, afable, directa, amable, hecha con cuatro trazos, tan naturales y sencillos como el vino mismo. Lapierre sabe qué quiere, tiene las ideas claras y propias en la viña y en el vino y sabe explicar a quien tiene que comunicarlo qué hacer con todo ello. Si falla alguno de los elementos de este engranaje, la "máquina" rechina, claro está. Si vemos el dibujo de Siné antes de abrir la botella y, después, olemos un maderazo a base de chips variados, no entenderemos nada y las dos primeras partes del proceso se habrán complementado en su fracaso.

Comunicar sobre el vino, por fin, tiene que estar en armonía con los dos anteriores conceptos. He intentado definirlo en otras ocasiones y no me voy a extender ahora. El vino es cultura en su más amplia expresión, su comunicación, también. El lenguaje forma parte, además, de este patrimonio compartido. Los tres ejes de esta cultura son el campo y la bodega, en primerísimo lugar. La comunicación visual del vino, en segundo lugar. Aquí podría terminar todo: yo abro la botella a partir de una serie de mensajes que he recibido sobre la misma, me la tomo y punto. Pero vivir en sociedad y, se quiera o no, en comunidad pide, también, comunicación. Y ese proceso que puede, cómo ignorarlo, estar en el origen de una decisión ante el estante de una vinoteca, es también su culminación: finisque ab origine pendet. Lo decía Manilio mirando al cielo romano del siglo I d.C. y lo repito ahora, dos mil años después. Abrir una botella, tomarla, disfrutarla (o no), entenderla (o no) finaliza, para mí, en la palabra dicha (a solas o en compañía) y, a ratos, en la palabra escrita y en la imágen que la acompaña (¡cuando de blogs hablamos!). Reivindico, aquí también, la lentitud debida y el respeto necesario a la palabra. Con demasiada frecuencia se repiten conceptos y adjetivos huecos, se manosean tópicos, se atropella a la palabra escrita y se acaba ninguneando, en consecuencia, al vino probado. Comunicar sobre el vino es un proceso, como el de su factura, su comprensión y su degustación, lento y laborioso, exige tiempo y paciencia, meditación, pide encontrar la palabra adecuada a aquello que has sentido y conduce, si coincide en cierta plenitud con los otros dos aspectos, "a la alegría profunda de penetrar en este campo donde la naturaleza se complace en concentrar su genio" (Jules Chauvet citado por Benoît).

La culpa del tostón de hoy es de Malena, ¡conste!, pero me ha apetecido empezar con él casi como declaración de mis intenciones para el Año Nuevo: ¡que nos sea propicio y nos traiga razonable prosperidad, mejores vinos y comidas y buenas ganas de contarlo!

La última foto, "Slowly...", By Fataetoile.

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