Éste es el título que Dominik A. Hüber le ha puesto a su fotografía. Me la ha regalado y me ha dicho que haga con ella lo que crea mejor. Viajar, conocer a la gente del vino, probar, escribir, leer, documentar...todo está muy bien y lo hago a gusto.
Pero siempre he sentido la necesidad de pasar al otro lado del "espejo" y, aunque sea por pocos días, sentirme parte activa de una bodega, de unos viñedos, de un territorio, de una forma de entender la relación entre el hombre y la naturaleza. Siempre que puedo, lo hago. Y me digo: si los vinos que me gustan de veras, aquellos que más me emocionan y que me hubiera gustado hacer, ya existen, ¿hay mejor manera de sentirme Alicia en el País de las Maravillas que estar en una de esas bodegas? Todo esto me ha pasado en el inicio de la vendimia del 2009 en el Priorat: Dominik me ha permitido sentirme uno más en el grupo de Terroir al Límit. Desde que sale el sol hasta muchas horas después que se ponga, vendimiar el esfuerzo de todo un año, seleccionar la fruta, mover cajas arriba y abajo, sentir la fuerza de la tierra del Priorat, sentarte un rato a la sombra y echar el mejor trago de agua posible, charlar de todo, dejarte llevar por el más dulce cansancio físico que yo haya conocido. Hacerlo con gente que conoce a fondo la historia y la realidad de la comarca (Jaume Sabater, el otro socio de Terroir al Límit junto con Eben Sadie, es una enciclopedia viva y el retrato fiel, además, de la humildad: vendimiar con él y con su familia ha sido un lujo) es lo que me ha pasado y les quiero dar las gracias.Sentir que mis manos y mi cabeza han podido formar parte de este concepto de entender y hacer vino es algo que me llena de orgullo. Llicorella, tijeras de vendimiar, hojas secas que anuncian ya el otoño, almendras. Sol, calor, higos maduros, garnacha, cariñena, sudor, cansancio. Pronto, el vino. Una cepa de dulce, blanca, pansa te propone, inesperada, la mejor merienda. Mediterráneo. Me gusta.
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