
Existe un fuego amable. Existe un fuego amigo. Existe un fuego que construye, que alimenta y que, generoso, permite que la gente se congregue a su alrededor. Existe, para quien no lo sepa, una tradición en Suráfrica. ¿Qué es lo más importante de una barbacoa? ¿Los amigos? ¿El vino? ¿La comida? ¿El lugar? ¡Es el fuego, tonto! Si alguien asiste a una barbacoa montada por un surafricano (en mi caso Eben Sadie y su socio Dominik A. Hüber, de Terroir al Límit, en compañía de sus stagiers afrikaans y de un buen grupo de desconocidos amigos), tiene que saber, aunque le cueste tres horas y un ataque de hambre feroz, que lo más importante es el fuego y su brasa. Da igual cuanto tarde. Se bebe, se charla, se canta, se baila, se mira el fuego, se mima, sin prisas, con pausas, hasta que está a punto.

Suráfrica es tierra donde no se ha perdido un ápice el contacto con la naturaleza. En su intensidad, en su brutalidad, en su desazón, en su inmensa belleza y, a ratos, ternura. No me extraña que la gente que ama esa tierra se sienta a gusto a los pies del Montsant. El Priorat propicia, para quien quiera aceptarla, una forma de vida dura, intensa, de soledad infinita salpicada de retazos de camaradería alrededor, pongamos, de un fuego. Buena carne, mejor longaniza, pan, ensalada, olivas, aceite y vino. Manos sabias en la manipulación de la brasa y algunos de los mejores vinos de la tierra y de Suráfrica consiguen, casi, reconciliarte con el mundo del que sobrevivimos. Algunos nos encontramos en esa circunstancia en Torroja, en una noche especialmente propicia para los grandes tintos que se mueven entre la raiz y la flor.

Dos grandes blancos surafricanos dieron la primera alegria. Si el
Sequillo 2008 se mostró amable y discreto (chenin blanc, garnacha blanca, viognier y roussane),
Palladius 2008 (lo probábamos por primera vez: ha sido reconocido como mejor blanco de
Suráfrica este año), con hasta diez variedades de uva en su interior, mostró una precisión tremenda en el conjunto, con frescor atrevido, con volumen, mucho placer y sencillez. A pesar de lo mucho probado, dos vinos, en la parte final de la cena, cautivaron por completo mi atención y me recordaron al Priorat que más añoro y que está ya volviendo. El
Vi de Poble 2007 rozó el milagro de devolverme al camino que habíamos pisado horas antes. De Scala Dei a Torroja, tras una suave lluvia: romero, tomillo, hinojo, balsámicos en el aire y frescor de la tierra mojada tras el sol. Un vino más fino que antes, un vino compendio de esta tierra. La muestra del
Arbossar 2007 promete un paso más en el camino de perfección hacia la finura y la firmeza. Cerezas negras, taninos esféricos, esbeltez. Pasos de Gradiva. Un cuerpo y una presencia en boca cada vez más insinuantes, suaves. Ella está en la sala. Ella viste de verde y su belleza es la de las antiguas diosas. Quedan atrás los alaridos de viejos vinos y se insinúa el camino, no tan lejos. Desde la terraza única de un lugar que culminó la jornada,
Cal Compte, y que nos dejó a mi santa y a mí, la sensación de que hemos encontrado, por fin, nuestro refugio en el interior, se despide, exhausto y feliz, su atento cronista. El sol, suave; el viento, amable; la temperatura, templada, de este septiembre: esa indescriptible sensación de bienestar al atardecer entre piedras amigas,
Cal Compte. Un lugar para volver.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada