Se trata de uno de los momentos culminantes de todo el proceso: el mosto y las pieles de la uva entran en la tina. Según las directrices de cada bodega y de sus enólogos, se realiza el proceso con tinas de uno u otro formato (hay muchas variedades y formas y materiales) y a la temperatura que los expertos dictaminan. Los grupos de frío, interiores o exteriores, ayudan a mantener bajo control la increíble reacción térmica que se produce cuando empieza la fermentación alcohólica
Y al cabo de un cierto tiempo, empieza la gran aventura y metamorfosis: los azúcares de la uva se van convirtiendo en alcohol, y la fermentación y los periódicos remontados, en un auténtico espectáculo de la sabia combinación que se establece entre naturaleza y técnica humana.
Y el derrengado vendimiador volverá a casa, con esa mezcla que os comentaba ayer por la noche, entre cansancio y nostalgia, pensando que el año que viene el milagro del trabajo conjunto de personas y naturaleza, volverá a suceder y volveremos a vivir hechos extraordinarios como los de esta semana (en la foto, la viña de Ullastres, en una ladera de impresión, que jamás había vendimiado: ¡700 kg de trabajo!).
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