30 de desembre, 2006

Termanthia 2001 y huevo con trufa


    La discreción me propone que no cuente dónde se cocinó este huevo pero, amigos lectores, os seguro que hacía mucho tiempo que no comía algo tan sencillo y, al mismo tiempo, tan sabroso y exquisito. Su cocinero es un experto en la trufa, en su grado óptimo de consumo, en su madurez, en sus ensamblajes...La otra noche acogió en su casa a unos pocos amigos y nos envolvió con el tierno manto de una amistad y de una hospitalidad (fuera estábamos casi bajo cero) que hacía tiempo no vivía. Un huevo frito cocinado con parsimonia, su sal de especias en la mesa mismo y la trufa rallada justo en ese preciso momento, ofrecen al paladar una sinfonía de sabores alucinante: del dulzón del huevo, a la salinidad matizada de la sal y mezclado todo ello con la mineralidad absoluta de la trufa negra, con sus puntas de musgo y de bosque húmedo de otoño. Una delicia.


    Dar en la diana con el vino que pueda hacer compañía a tal prodigio no es nada sencillo. Y mi amigo dio (aunque yo no estuviera nada convencido al principio, lo confieso) en el clavo: Termanthia 2001. Se trata de uno de los vinos estrella de Marcos Eguren (confieso, como hice sentado a la mesa, mi debilidad por este enólogo: Sierra Cantabria Colección Privada; El Puntido, Finca El Bosque, Numanthia y etc., configuran un panorama de logros difícil de igualar en este país). Un viñedo en Argujillo (Zamora), en la DO Toro, proporciona la uva tinta de Toro con que se hace en exclusiva este vino. Un proceso de selección, de maceración y de fermentación alcohólica siempre muy controlados y una maduración en barrica de roble frances nuevo de 16 meses, donde hace la maloláctica, ofrecen un vino de producción muy limitada (menos de 4000 botellas), de precio algo exagerado (suele rondar o superar los 100 euros la botella) y 14,5%. Es muy importante decantarlo por lo menos una hora y media antes del servicio y que éste sea a 16-17 grados. Tiene el color cárdeno profundo de la vestimenta de los príncipes de la iglesia, con un menisco casi impenetrable y el ribete granado. Tiene los aromas de la mora y del arándano maduros, tiene matices florales (de violeta) y notas de chocolate negro y de cuero noble, todo ello bajo una finísima capa de mineralidad, de pizarra recién rasgada. Es, además, un vino que sigue evolucionando en copa. A pesar de todas estas bondades, para mí su punto fuerte llega en boca, donde se muestra como un vino extraordinario, corpóreo pero no pesado, con volumen pero no denso, de trago muy agradable y de taninos finísimos, delicados, suaves, amables, que dejan un largo posgusto. Estos taninos, sin duda, fueron, junto con el punto mineral de este vino, los que le hicieron la "corte" al huevo trufado y llenaron mi boca de una amalgama de sensaciones que me costará olvidar.

    No se me ocurre mejor manera de encarar, fortalecidos en cuerpo por esta cena y en alma por la amistad y hospitalidad de nuestro anfitrión, la segunda tanda de encuentros familiares de estas fiestas, desde Año Nuevo hasta la Epifanía del Señor. ¡Gracias, R.N.!


    La foto es de otro buen amigo, E.A. ¡Gracias, también a ti!

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