
Heliópolis es uno de mis barrios preferidos en Sevilla. La gente suele acercarse, por razones casi obvias, a otras zonas de mayor reclamo turístico, pero a mí me gusta Heliópolis. Y no es que sea por el tema futbolístico, vaya. Veo en mi memoria una foto, de los años 50, en que mis abuelos, con cara sonriente ella, aspecto resignado él, ofrecen sus productos de la huerta y frutales a los clientes. Forma parte de la historia minúscula de este país, pero el barniz rojo y catalanista de mi familia materna, les echó del mercado de trabajo en la dura posguerra civil (en mi pueblo, donde todos se conocían demasiado) y les hizo emigrar de Igualada a Sevilla. Abrieron una frutería y mi madre y tíos pasaron una buena temporada, precisamente en Heliópolis. Años después, me he acercado a Sevilla con frecuencia y he disfrutado de la ciudad, gracias al cariño y amistad de no poca gente. Y el barrio en el que, de siempre, me he sentido más cómodo ha sido Heliópolis: es como una isla de sosiego y paz dentro de la gran ciudad, con muchas casas de dos plantas (los hotelitos del Guadalquivir, de la Exposición Iberoamericana del 29), una distribución de calles racional y cuidada (casi hipodámica) y mucho naranjo y limonero en los patios. El encalado de las casas y el amarillo casi toscano de muchos detalles de las mismas, completa el milagro en pleno siglo XXI.

Otra de las razones de mis estancias en el barrio es que se encuentra en él uno de los restaurantes históricos de Sevilla, un lugar que no engaña a nadie, que ofrece con transparencia y buen hacer desde hace años (ahí es nada: ¡raíces en 1951 y restaurante en 1963!) muestras de la gran riqueza de la cocina andaluza. El
Jamaica es un sitio tranquilo, donde se come con sosiego y se dedican generosas raciones de tiempo al aperitivo y a la sobremesa: no te achuchan para que te vayas. Servicio atento sin empalagos y una decoración sobria y algo "atemporal", completan el panorama de uno de mis sitios de referencia en la ciudad. Sin saber nada, pero nada, de todo esto, un querido amigo celebró el otro día un acontecimiento importante en su vida. ¡Y no se le ocurre otra cosa que llevarnos al Jamaica! Mi felicidad fue doble, claro: por celebrar con él lo que en Sevilla nos reunía y por hacerlo en mi Heliópolis. Una manzanilla correcta, con gordales de la casa, buen jamón, croquetas y un manchego superior, oficiaron de correcto entrante. Pero la traca y los pañuelos llegaron con el segundo. Me despaché, como varios compañeros de mesa, con una urta a la Roteña, receta que bordan en el Jamaica. Con el pescado en su punto y el aderezo de un gran aceite de oliva en que se habían confabulado tomates, cebollas, pimientos verdes y pimienta, resultó un segundo sabroso y a la altura de lo habitual en esta casa.

Andaba la bodega del restaurante un poco floja en vinos blancos de empaque y cierta crianza y, sabedor mi amigo de mi pasión, me dejó hacer. Y nos fuimos hacia la Ribera del Duero, donde trabaja
Matarromera. Se trata de uno de los grandes grupos de la DO, con fama y prestigio consolidados que se tienen que ir contrastando a cada botella que uno prueba. No en vano, mis disgustos con los riberas en los últimos años, me hacen ir con tiento en su elección. Este Matarromera Crianza 2005 ofrecía dos cosas importantes: un período ajustado de madera, por una parte, y el suficiente reposo en botella en buenas condiciones, por la otra. 12 meses en roble americano y monovarietal de tinta del país, se mostró, ya de entrada, como gran aliado del plato que tomé. Sus colores armonizaban a la perfección, el rojo casi granate del tomate sofrito con cariño y tiempo y el rubí ya apaciguado del vino. Con 14,5%, fue tomado a 16ºC (más o menos) y se ofreció con una capa media y un recuerdo casi lejano de la madera. La nariz asombró por los aires limpios de mora a medio madurar, de mirto y, ya en boca y en posgusto, de compota de grosellas (dulce, pero no dulzona) y de un mínimo de vainilla y de regaliz. Taninos medios, amables y bien torneados, completaron un panorama que me reconcilió plenamente con la Ribera. Salí al sol de mi barrio con la gratitud rebosándome los poros de la piel, hacia mi amigo por su celebración y por el acierto del lugar y hacia Heliópolis y el Jamaica, por seguir estando ahí, haciendo las delicias de los amantes de la buena gastronomia en ambiente distendido y en lugar amable.
La foto de Heliópolis procede de la página web del Hotel Holos.
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