
El vino, como un buen libro, un paisaje atractivo o una charla con los amigos (por supuesto, todo se puede combinar), tiene una capacidad de abstracción muy notable. Quiero decir que hay vinos por los que pasas sin gran pena ni gloria, mientras que otros te piden que te concentres en ellos, te enamoran de entrada (por una historia, por una etiqueta, por una variedad de uva...) y te ofrecen unos momentos de relajo y tonificante abstracción. Pasamos por días de mucho trabajo en casa, tanto mi santa como yo, de tribulaciones varias que pesan mucho sobre nuestro ánimo. Y este domingo pasado (¡qué más da la fecha!) teníamos necesidad ambos de charlar y de disfrutar con un vino. De hecho fueron dos...Al primero le tenía ganas de hace tiempo.
Corias Guilfa 2005, del que no sé apenas nada (he sido incapaz de encontrar una página web...), es un
VT de Cangas (de Narcea). ¿Vino en Asturias? Caramba, pues sí. En una zona con menos lluvia que la estrictamente atlántica, más al interior, con viñedos orientados al sur, variedades como la verdejo tinta o la carrasquín me llamaban mucho. Cayó por fin este Corias Guilfa (guilfa es el nombre que se le da en la tierra al viento del Norte), hecho con esas dos variedades de la zona más la mencía vecina. Con 12,5% y un servicio deseable sobre los 16ºC, es un vino que lleva seis meses de roble francés y presenta una capa media, casi tirando a baja. Es un vino de suave extracción, de un color rubí brillante y unos aromas muy definidos, delicados y, al mismo tiempo, recios. El fruto del madroño, el aroma de la linde del bosque antes de entrar en la zona umbría, la pimienta roja, anuncian un paladar fresco, de vino de clima más frío. Dicho como algo positivo, es un vino que pasa como el agua, con cierta fragilidad acuosa, con algo de regaliz y aires de la verde frondosidad de los cipreses. Lo compré un poco caro (17 euros) pero nos gustó mucho la experiencia. Grandes cosas, creo, se podrán hacer con esta carrasquín. O se hacen y no las conozco...

El segundo vino que nos regalamos merecería por si solo un retiro en cualquier monasterio de la Trapa (tampoco quedan tantos en la península...). De la mítica serie La Bota de...del
Equipo Navazos, decidí que la comida la coronábamos con su
número 11, La Bota de Pedro Ximénez, saca de enero de 2008. Es un PX único para los buenos aficionados, acostumbrados como estamos a otros perfiles más del aire de Montilla-Moriles. Procede de la Sacristía del Real Tesoro de Jerez y aunque no se sepa su edad exacta, ésta debe ser bastante alta. Con 17% y una temperatura de servicio sobre los 12ºC (es deseable que suba un poco en copa), este vino respira amor por el trabajo bien hecho, que siempre suele hacerse en silencio y en lo más profundo de la bodega. Caoba bruñida y tostada por el sol, ribete entre el verde del musgo seco y el yodo, pasea por la copa como las lágrimas por las mejillas de la Esperanza Macarena, espesas, cadenciosas, emotivas, una a una. Arrope de saúco, pan de higos, pasas de Málaga maceradas, éste es un vino que llena la estancia de fragancias de antaño. Hierbas medicinales, amaro dei Fratelli Arverna, naranja en ligero almíbar y nueces verdes. Éste es un vino que empieza y no acaba, que agrada y no cansa, casi ligero. Pienso en él como en esas personas que han entrado en su edad madura pero conservan la belleza de su juventud en los andares, en su estar, quizás más lentas, sí, pero llenas de vida, de dulzor, de encanto. Y en sus ojos, la niñez. Éste es un vino zangolotino. Ni recuerdo qué pagué por él, pero cualquier "precio" es bueno cuando uno se siente Nabokov siquiera por un instante.
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