16 de març, 2014
La mano que acaricia la masa
Cuando alguien desea algo con intensidad, acaba consiguiéndolo. Cuando alguien desea algo con intensidad, genera en su interior un motor de pasión y de cambio que afecta a todo lo que le rodea, empezando por uno mismo. Cuando alguien que desea algo con intensidad, conoce y se enamora de otra persona que también desea algo con intensidad, algo importante puede suceder. Cuando dos personas que se conocen y enamoran, desean con intensidad una misma cosa, la fuente de energía que generan puede con todas las dificultades.
Esta no es una historia del mundo del vino. Es la historia de dos personas que desean algo con intensidad, que se conocen, se enamoran y acaban convirtiendo en realidad su deseo. Este es un relato de emoción, de admiración, de cariño, de belleza, de paz y de buenos sabores. En el cuerpo y en el alma.
Para mí, empieza en mi último curso como profesor realmente en activo, hace ya unos años. Los estudiantes de Filología Clásica suelen ser muy vocacionales: nadie parece encontrar provecho en educar su mente y su forma de pensar y ver el mundo actual y a sí mismo (no se trata de otra cosa) a través de los textos y de la civilización grecorromana. Los que nos encontramos allí, lo hacemos porque realmente nos gusta. En ese curso, tuve a dos estudiantes brillantes. Dedicadas con intensidad al estudio, abiertas a escuchar todo pero aprendiendo por ellas mismas. Geniales. Disfruté mucho trabajando con y para ellas. Termina el curso y organizan (para mi pasmo) una fiesta de graduación...En la fiesta, todos radiantes y hermosos, todos intentando descubrir dónde les llevaría su futuro de recién graduados. Mi estudiante preferida, que es la protagonista de esta historia (que no es de vino), me coge en un aparte y me confiesa: "mira, Joan...yo lo he pasado muy bien estudiando Clásicas, he disfrutado...pero mi auténtica pasión es el mundo de la pastelería. Quiero ser feliz haciendo que la gente sea feliz con mis pasteles".
Me quedé pasmado. ¿Era posible que la mejor estudiante, la que tenía mejores notas, la que me había hecho un trabajo que muchos profesores universitarios matarían por saber hacer, me dijera eso? Podría haber tenido acceso a becas, a hacer una carrera académica, a lo normal, vamos. ¿Èlia, normal? ¡¡¡Èlia quería ser pastelera!!! Me relajé en un instante, nos apartamos un poquito más y empezó el segundo turno de confesiones...el mío. Ella no sabía nada de mi pasión por el vino. Y allí nos hicimos cómplices del lado "oculto" de nuestras vidas. Nos hemos ido encontrando durante estos años. He ido sufriendo con ella los desmanes de las escuelas de hostelería, sus cosas buenas, las prácticas robadas, las explotaciones inhumanas en pastelerías y restaurantes, las rabias, los despidos. Merendando (que es lo que más nos gusta) o comiendo de vez en cuando, nos íbamos poniendo al día.
La próxima cita tenía que haber sido en Pastisseria Ochiai, una de mis preferidas de Barcelona, que Èlia no conocía. Pero antes se cruzó un mail en el camino. Era de Èlia y lo mandaba el 4 de marzo pasado. "Tenía ganas de escribirte", me dice. "Hace tres meses, a mi chico y a mí nos ha llegado la oportunidad de la vida". Se traspasaba una pequeña cafetería en el pueblo donde Riki había nacido, Begues, y ellos decidían poner todo para dar forma a su sueño: ser dueños de su vida profesional (ella pastelera, él somelier y barista profesional), y abrir el local que diera rienda suelta a ese deseo que habían perseguido con intensidad. Querían hacer felices a la gente en su local, con sus pasteles y con una máquina de hacer café. La cafetera - més que cafè es una cafetería, sí. Es una pastelería, también. Pero es mucho más que eso, muchísimo más...es un deseo hecho realidad. Es una intensidad hecha energía. Es una pasión recién salida del horno. Es un perfume y mil combinaciones de sabores hechos de harina y de café (y tantas cosas más...) que se instalan en tu corazón, que se apoderan de tu estómago y que te hacen salir del local con una sonrisa de felicidad y de agradecimiento.
Ellos no lo saben. Riki y Èlia. Èlia terminaba su mail así: "sólo quería decirte que hemos abierto e invitarte algún dia, si pasas por aquí camino del Penedès. Me haría mucha ilusión verte e invitarte a merendar". Tardé solo dos días en encontrar un "pretexto". No lo saben pero si no me hubiera chiflado lo que comí y bebí, no habría escrito esta historia. Se habría quedado en un asunto particular. Porque ya no escribo por escribir, se trate o no de vino. Sólo escribo cuando me apetece mucho y cuando creo que la ocasión se lo merece. Son jóvenes. Se han enamorado. Han deseado con intensidad modificar su realidad y han tenido la suerte de encontrarse y hacerlo. Trabajan muy bien, además. Y merecen que la vida les ayude un poco ahora. Están en Begues que es, desde ahora, uno de los epicentros de mis emociones dulces. Quien aprecie la bondad y la belleza de un buen capuchino o de un trozo de tarta de chocolate y plátano o de un buen cruasán recién horneado o de un chocolate a la taza, tiene que pasar un rato en La cafetera - més que cafè. Compartirá con ellos la bondad de lo que hacen. Compartirá su felicidad y será, también, más feliz.
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