27 de març, 2007

AD FINES 2001


Ésta es una de mis bodegas catalanas preferidas. No hay vino que les salga mal y algunos de ellos son, decididamente, antológicos: su Gran Caus Blanco, su Gran Caus Rosado de merlot, su Caus Lubis, su Rocallís, su La Calma... Y esto hace ya años que dura, no es flor de una cosecha. En mi modesta opinión, la joya de la corona es, con todo, su AD FINES 2001, un vino que nace (¿quizás de ahí su nombre?) en la frontera donde la pinot noir empieza a perder sus atributos hiperbóreos para pasar a ser, sin más, otra cosa. Entre los recovecos del Garraf, en la DO Penedès, se esconden los viñedos que proporcionan este monovarietal de pinot noir. Ha sido el que he elegido para participar en una iniciativa de los escritores de blogs italianos, a la que me han invitado desde su edición #4. Cada mes, un blogger propone un proyecto común, que todos se comprometen en publicar durante el mes en curso : el pasado fue una cata del Foja Tonda de la bodega Armani, que describí en su momento. Esta edición #5 (marzo 2007), a propuesta de Luk, busca que cada blogger proponga un monovarietal de pinot noir o de merlot, siguiendo un poco la huella de la "polémica" entre estas variedades de uva en la película "Entre copas". Voy a concentrarme en intentar describir mis sensaciones con este vino, pues la información esencial ya la tenéis en la página web de la empresa. Creo que merece la pena cambiar con él mis pautas habituales de redacción.



Es un vino de capa media, que ofrece un limpio y poco usual color: tiene un menisco que está a medio camino entre los estambres de la flor del cerezo (en la foto inferior), esa misma cereza en envero y el fruto del granado. Es un color discreto y alejado de las modas imperantes hoy, donde se persigue la máxima concentración en los pigmentos. La periferia del menisco y el ribete se acercan más a los suaves tonos atejados de la tierra algo sedienta. En muchos otros detalles, pero empezando por éste del color, Ad Fines me ha recordado a los grandes barolos italianos. Sus primeros aromas me asombraron, por ser el vino que es y hacerse donde se hace: flores secas y pétalos de rosa marchitos acompañan y arropan a un entorno suavemente mineral, en que, como en tantos otros grandes vinos, asoma un leve recuerdo de esa tierra (raíces, hongos: la trufa). Con la ventilación en copa (y decantación previa al servicio de media hora por lo menos), asoman aromas de monte bajo (orégano), un poco de flor de violeta, dulce de leche (el único sabor que recuerdo en que se mezclan el dulzor del toffee y el tostado del fuego de madera y la ceniza) y cerezas confitadas. Todas las bondades olfativas se confirman con el trago: es un vino fino y delicado, de larguísima persistencia en boca y en posgusto, mineral, con taninos suaves y algo secantes, que te llena con una discreción y una elegancia que hacía años no cataba en un vino meridional y de tierras con poca agua. Es un vino que te trata y te mima con guante blanco. El trabajo con la madera es, claramente, "antisistema" y realizado con una sabiduría y templanza tales que sorprende y, por supuesto, agrada muchísimo. Por si todos estos detalles fueran pocos, el tipo de botella borgoñona que se ha elegido, con las espaldas algo caídas y un pronunciado reborde en su cuello (en la página web de la casa tenéis una bella foto), realza y honra a su contenido. Es muy hermosa.

Adrede me he propuesto, en esta ocasión, escribir mi comentario sin haber leído ningún comentario anterior, más que los datos que da la bodega. Es un vino que se merece, sin dudar, que lo gocemos sin apriorismos ni ideas preconcebidas en la mente. Es un vino importante, que prestigia grandemente a quien lo ha hecho y a la tierra de la que nace. Es un vino del que se han producido tan sólo 4100 botellas y que se puede comprar sobre los 30 euros. Hacía tiempo que no pagaba tan a gusto y con tanta satisfacción una cantidad tan discreta por un vino casi excepcional.

Flor de cerezo By tanakawho

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