23 d’octubre, 2007

Max und Moritz















Max y Moritz son los dos pilluelos protagonistas de siete aventuras que en 1865 publicó Wilhelm Busch. Causaron un profundo revuelo en la Europa de la época (no hay más que mirar sus pícaras caras!), pues representaban y hacían cuanto iba contra la moral dominante. Se hicieron muy famosos, fueron objeto de múltiples traducciones y reediciones y en 1902 recibieron uno de los homenajes más sonados, del que hoy todavía podemos gozar: en pleno corazón del barrio de Kreuzberg, en Berlin, se inauguraba una casa de comidas dedicada a ellos.















Max und Moritz sigue, no sé por qué extraño milagro, abierto. En la Oranienstr.162, el local rezuma el espíritu del Berlín de finales del XIX e inicios del XX, con su comida de campo, su cerveza blanca, las mesas y sillas de madera, el bullicio absoluto...una experiencia que hay que vivir, vaya. Yo me tomé el surtido rústico preparado por la Viuda Bolte, con su codillo de cerdo, su costilla ahumada, su salsicha, col fermentada y patatas hervidas, con abundante mostaza. Estaba impresionante. Los cofrades de viaje que optaron por el filete de buey con salsa de vino y cebolletas no quedaron tampoco decepcionados. Para beber, corrió abundante weizenbier, en este caso, sólo de trigo, menos densa que la de Lindenbräu, pero igualmente sabrosa, con más aromas frutales (manzana y pera conference), un posgusto algo amargoso y abundantes notas de levaduras y de trigo. Una delicia.


Pero el auténtico espíritu de Berlin estaba todavía por llegar...de golpe y porrazo y en plena preparación de la cena (es decir, dándole a la cerveza blanca), empezaron a desfilar junto a nuestra mesa los integrantes del fantástico cuarteto que tenéis en la foto: "papá, mamá" y las "niñas" Krause, auténticos cultivadores del mejor cabaret cómico berlinés, ¡actuaban esa noche en Max und Moritz! Fuimos espectadores de escenas indescriptibles. El espectáculo se titulaba "Berliner Schnauze", que se podría traducir por "Morro, jeta berlinesa", y en él hicieron un completo repaso al cancionero del Berlin de principios del siglo XX. La gente disfrutaba y aplaudía a rabiar. Cuando Mamá Krause se retiraba, tras el espectáculo, pasó junto a nuestra mesa (que se encontraba junto a la sala donde habían actuado) y preguntó, discreta, "¿pero les ha gustado? ¡Sííí!!! Fue una experiencia única que nos transportó (lo mejor, sin ni siquiera haberlo buscado: fue por pura casualidad) al Berlin capital del mundo cultural y de la diversión en sus momentos de mayor esplendor.

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