16 de novembre, 2007

Bürklin-Wolf 1989 Ruppertsberger Gaisböhl Auslese


La Bodega Dr. Bürklin-Wolf es una de las de mayor tradición en el Palatinado. Con una historia que arranca a finales del siglo XVI y una consolidación enorme a mediados del XX (gracias al Dr. Albert Bürklin), se trata de la bodega más importante de Alemania en manos estrictamente familiares. Ocupa unas 110 Ha en el Mittelhaardt, el corazón del Pfalz, en municipios emblemáticos como Forst o Ruppertsberg. Desde que tomó las riendas de la casa Bettina Bürklin-v.Guradze, se ha notado una clara decantación de la viticultura de la bodega hacia las prácticas más respetuosas con la tierra y su tradición y, desde 2005, hacia la consolidación exhaustiva de lo biodinámico: en Ruppertsberg, por ejemplo, aran a caballo de nuevo, han reimplantado su propio clon de riesling (BW14) y, por supuesto, entierran abundantes cuernos con compostaje en el viñedo. Si ampliais el mapa de sus viñedos, el que lleva el n.8 es uno de sus más emblemáticos: Gaisböhl. Todas las prácticas que os comento no existían cuando se embotelló el vino (375 ml) que motiva esta nota: un Riesling Auslese de 1989, con 10%.

No hay como hacer arqueología vínica en las tiendas por las que uno pasa. Hacedlo siempre que podáis porque nunca se sabe cuando saltará la sorpresa: así encontré, a un precio irrisorio, esta botella. Era arriesgado el tema porque la simple vista indicaba una conservación defectuosa. Pero me dije "al zurrón" y ya la probaremos. Ha descansado un cierto tiempo y hacía ya días que estaba en la rampa de salida. Empecé muy mal: el corcho se hundió. Pero estaba todo preparado: minicolador a punto, decantación inmediata una hora antes del servicio y decantador en agua y hielo hasta los 9-10 ºC. Tuvimos suerte. El resultado fue espectacular: el vino ofrecía un intenso color dorado, entre la piel del orejón de albaricoque bien maduro y la miel de acacia, tirando casi a miel de castaño, brillantísimo, limpio, nítido en copa (posos en el decantador, inodoros, insípidos), con un paseo en copa casi cadencioso. En nariz y a copa parada, asoman suaves aromas de ese mismo orejón, con atisbos de mermelada de cítricos (casi de limón y toronja) y dulzores de miel. En boca, el trago es de gran sedosidad pero al mismo tiempo, el vino deja notar su absoluta entereza, su perfecta estructura, su cuerpo poderoso. Es un vino muy vivo, con un posgusto de nuevo a piel de limón pero con la integridad de la fruta bien madura a tus pies. El azúcar residual de esa vendimia seleccionada, ha dejado paso a un frescor inusitado, a una acidez equilibrada y a unos recuerdos que, a ratos, casi son balsámicos (la menta del "after eight"). Un trago realmente memorable.

Y llamadme incompetente, desequilibrado o lo que queráis, pero cuando mi santa entró por la puerta de casa con una fabulosa dorada salvaje (ya es la buena época, ya), pensé: "a ti te ha tocado el Gaisböhl". Me explico: cuando es para cena, este tipo de pescados los hacemos directamente al horno. Primero ponemos las patatas cortadas a láminas gruesas y su abundante cebolla, aceite y sal y el horno a 200ºC un buen rato. Cuando el "entorno" está casi hecho, ponemos el pescado con un poco de laurel y su sal y al cabo de 35 minutos (para 3/4 raciones de pescado), ya está listo. El equilibrio entre los distintos dulzores que aportaban la patata y la cebolla, por un lado, y el riesling, por el otro; y el contraste, entre la carne firme, sabrosa, compacta de la dorada y el frescor y viveza del vino, construyeron, en mi humilde opinión, un conjunto digno de ser tenido en cuenta. La última copa, por supuesto, la reservamos para tomarla sola y quedarnos impregnados con los aromas y sabor de esta "diva" que cada vez que canta, me gusta más.

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