Gran expectación habían creado las obras de remodelación de la cocina de unos queridos amigos. Muchas horas de mesa compartida, algunas menos de fogones y varios viajes, acabaron forjando el proyecto: una nueva, reluciente, cocina que había que inaugurar y en la que había que cocinar, ensuciar...humanizarla, en dos palabras. Ya sabéis cual es la costumbre de los anglosajones: una mezcla entre "take a dish, take a botttle party" y una "house warming party" o, en castizo, "yo pongo el espacio nuevo y tú me cocinas". ¡No hace falta decir que los amigos nos aplicamos con entusiasmo a la idea!

La verdad sea dicha, todos los asistentes cocinamos, los de la cocina nueva, que jugaban en su campo, y el resto. Fue una velada apasionante, con unos aperitivos de lujo, a base de pinchos de aceitunas rellenas de verdad (es decir, una a una y artesanalmente: sevillanas gordas deshuesadas, ligeramente picantes, con relleno de boquerón, anchoa y albahaca); pinchos de pulpo con pimiento y cebolla marinada; clara, con su cerveza y la espuma de limón pasada por el sifón...); un arroz negro caldoso, con sepia y trompetas de la muerte, sabroso y muy resultón; unas butifarras de la Botifarrería de Santa María (la clásica, con sal y pimienta; otra de emmental y cebolla tostada y una tercera, con ajetes), con revuelto a base de setas ("carreretes, rossinyols") y base sofrita de nabo y cebolla (mi aportación); una deliciosa coca con cebolla caramelizada, pera conference confitada, foie y un golpe de horno (de vértigo); un milhojas de patata y butifarra negra esparracada (la esencia de nuestra tierra); un filete tártaro, fresquísimo, jugoso y con cebollino y variados postres (crema polaca; pastel de queso con quark y pasas...).

Del apartado de la bodega, selección de vinos y cavas, se encargó un servidor, que vio cumplido uno de sus sueños: ¡¡¡elegir lo que le apetece a uno pero pagando otro!!! Conste que fui prudente pues me temo, a la vista de la cocina nueva, que el presupuesto de mis amigos se ha disparado algo: de lo degustado, y voy a ser sincero como siempre (mis amigos son muy prudentes y todos encontraron todo muy rico: ¡gracias!), tengo que decir que el mejor blanco de la noche fue, de largo, el Blanco Nieva pie franco 2006, un verdejo monovarietal (DO Rueda), que tenéis que comprar a toda costa si no lo conocéis: gran estructura en boca, potente retrogusto, flores blancas y amargor a raudales, toque vegetal: un gran verdejo a precio imbatible. El Zárate Albariño 2006 (el básico de la casa), se mostró cerrado por completo: no puedo hablar de él. El Vilosell 2005, de Tomàs Cusiné (DO Costers del Segre) salió con un TCA discreto, pero que no se fue en toda la velada. Una segunda botella salió algo mejor pero nada que ver con lo que había catado yo recientemente. Espero poder volver a hablar de él, pues es un vino que suele salir redondo. El Pétalos del Bierzo 2006, en cambio, dio la talla y acompañó de maravilla tanto a las butifarras como al milhojas de patata. Finalmente, de lo que había seleccionado yo, confieso que la decepción mayor fue el Parisad 1998, un cava que me ha dado grandes satisfacciones y para el que sigo confiendo (ya lo sabéis) para las próximas fiestas. Pero la mágnum que compramos había sido mal conservada, salió con el tapón enmohecido, no se expandió el corcho al abrirla (raquítico se quedó) y, a pesar del bellísimo color de la crianza, el vino en la copa estaba casi muerto, con poca burbuja, nada goloso ni expresivo. Una pena que no empañó, por supuesto, ni la excelencia de la cena ni la bondad del resto de vinos.

Huelga decir que después de tan grata experiencia, y a pesar de algún defectillo en los vinos, más de uno salió a la calle aullando a la luna, casi llena, gritos de placer y de agradecimiento a los anfitriones. Y deseando que nuevos amigos vayan inaugurando nuevas cocinas que estrenar y ensuciar. Por muchos años. Amén.
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