Vaya por delante que esta nota de cata la puedo ofrecer gracias a Sobre Vino. En un rasgo de amistad y de generosidad que le honra, salió de su ciudad, se pateó algunos trozos de la Borgoña (bellas crónicas y fotos en su blog) y llegó a Girona con una cajita de maravillas que sabía bien harían mis delicias. Vinos difíciles de encontrar por Barcelona y que él trajo para que yo los disfrutara. Especialmente dedicada va esta nota de un vino que yo jamás había probado y él sabía que deseaba: ¡un abrazo!
La Bodega de Vinos Finos de la Rioja de R. López de Heredia es, casi, un mito entre los enófilos, sobre todo por el tipo de vinificaciones que propone, bastante en las antípodas de cualquier moda emergente. Ellos tienen una línea de trabajo, vinifiquen en blanco, en tinto o en "rosado", y a ella se atienen. Si entras en ella, te conviertes en un devoto seguidor y fiel defensor de la casa; si no, la visceralidad se decanta del otro lado. No es fácil encontrar términos medios en las experiencias con ellos. Diría que la directriz que distingue a esta bodega de otras es su trabajo con la madera: madera usada, por una parte; y mucha estancia del vino en la misma, por la otra. De aquí, claro está, se deducen unas caraterísticas de guarda y de consumo bien especiales. Y este "rosado" no es una excepción. Vaya por delante lo de las comillas: se vende y califica como rosado este vino, pero casi diría que su alma es la de un clarete. realizado con uvas de tempranillo, garnacha y viura, el vino ha pasado cuatro (4) años en barrica y diría que este 1997 está, ahora mismo, en un momento óptimo de consumo.
Su color es muy especial y está entre las capas internas de la piel de cebolla de Figueres, aunque también puede recordar al cobre, a un tenue licor de naranja y, casi, a la mistela poco oxidada. Sus primeros aromas (con 12,5%, lo tomé sobre los 11-12ºC) son de la cereza en alcohol, del corazón de fruta de un bombón licoroso, con una boca portentosa, finísima, delicada y sedosa y un posgusto algo alcohólico, con dejes vegetales de hiedra. Es un vino muy especial, del que en Barcelona no es sencillo conseguir botella y, en consecuencia, hice con él une xperimento: lo mantuve vivo y en condiciones durante cuatro días. Os aseguro que el vino, como los grandes de Jerez, fue ganando enteros y aplomo. Empezó discreto en todos los sentidos, pero acabaron aflorando (siempre con esa boca de taninos sedosos), aromas de hierbas maceradas (casi de vermú Yzaguirre), de madera vieja y de vino, de oscuridad de taberna al abrigo de los calores del verano. Es un vino austero, sin duda, muy poco habitual entre los rosados al uso, que sorprende pero acaba gustando y enamorando. Al tercer día, surgen aromas de fruta escarchada, de óxido también, y de cobre, y al cuarto día, sale aquella fruta que me costaba de encontrar al principio. la gracia es que su expresión no es grosera (como sucede con tantos rosados), sino que me recordó enseguida los caramelos de palo de fresa y nata de Harrods (en la foto BY ifolha en Flickr) y los de violeta que tomaba de pequeño. Al final de la botella, el recuerdo de fresitas del bosque tomadas con algo de moscatel se hace notar. Y acaba pensando uno que, como sucede con casi todos los tondonias de larga crianza (y a fe que éste, para un rosado, lo es) este vino requiere grandes dosis de decantación, de paciencia, de oxigenación y de susurros y conversación queda para encontrarle las virtudes.Sobre Vino publicó ayer su nota sobre este mismo vino. Nos ha parecido a ambos una buena idea hacer coincidir en el tiempo las dos notas. Cualquier parecido con la realidad, ya se sabe...
La foto de la botella es de Tintoyblanco.
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