Sabéis que casi nunca escribo en este cuaderno sobre cosas que no conciernan a los vinos o a sus comidas. En una ocasión cargué contra la clase política, en otra contra RENFE, en una tercera lamenté la muerte de un amigo querido. Esta forma de hacer público mi penar, mi lamento, me produce casi sonrojo: sé que no debiera pero, al mismo tiempo, me ayuda abrir mi dolor y mi congoja. Yo no puedo decir que fuera un amigo íntimo de Isabel de Polanco. La conocí hace seis años y la he tratado con cierta frecuencia y periodicidad. Me preguntaba a veces "¿Cómo me hace caso para nada una mujer con su responsabilidad y poder"? Al frente de Santillana, supo hacer suyas las mejores virtudes de su padre: hacerse próxima, mostrarse siempre atenta, abrirse como persona accesible a cualquier comentario, dispuesta siempre, con discreción, a seguir cualquier chanza que lanzara. Con ojos traviesos, con mirada pizpireta, siempre con el interés a flor de labios, siempre con la atención dispuesta. Al mismo tiempo, era persona emprendedora como pocas y creyó en el proyecto en que nos embarcamos, lo apoyó y lo alentó desde el primer momento.Isabel ha muerto hoy, a los 51 años: el cruel destino se la lleva en lo mejor de la vida. Siempre me sentí querido por ella, siempre atendido en mi trabajo y en mis opiniones. He sido testigo de su lucha contra el destino, de su afán titánico por aferrarse a la vida de cada día, con ganas, con alegría, con sufrimiento contenido siempre. Te vas, Isabel, pero te quedas en nuestro corazón. Los que hemos tenido la suerte de compartir momentos buenos contigo no dejaremos que mueras nunca del todo. Tu sonrisa, tu inteligencia, tu tenacidad, tu alegría, tu tesón, estarán siempre con nosotros.
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