02 de juny, 2008

Barzen Riesling Sekt Brut Natur 2004


Los límites se difuminan, las fronteras se desdibujan y todos hacemos de todo en cualquier parte del mundo. Lo único que cuenta, en mi opinión, no es qué pone tu DNI o tu "tarjeta de presentación" (quién eres, de dónde vienes, cómo te has formado...), sino qué eres capaz de hacer y cómo te valora la gente por lo que les presentas. Por supuesto, el mundo del vino no es una excepción a esta globalización que vive el siglo XXI, que tiene ventajas e inconvenientes. Puede darse el caso, claro está, de que uno encuentre una garnacha tintorera extraordinaria en California y, quizás, una gran chardonnay en Granada. Puede ser también que el método llamado "champenoise" encuentre ilustres adeptos más allá de la montaña de Reims y que una pinot noir diga maravillas de la tierra australiana. Y todos conocemos no pocos ejemplos de casos contrarios. Tiendo a pensar que lo que es tradición secular en un territorio, en cuanto a uva y a vinificación, suele ser lo que se hace mejor en ese lugar, porque se conocen todos sus secretos y desde hace muchos años. Pero también tiendo a probar cualquier cosa antes de opinar y dejarme llevar por apriorismos.

Y esto es lo que me pasó con este espumoso (Sekt en alemán) de la Mosela, monovarietal de riesling realizado por Alex Barzen. Algo comentaron recientemente los amigos de Vadebacus (muy de paso y sobre la añada 2005) y tenía yo en la fresquera una botella del 2004 a la espera de un momento que apeteciera. Y llegó el momento y con él la sopresa. Confieso mi mínima experiencia con Sekt, pero éste de Barzen me ha gustado mucho, lo digo ya de entrada. Procedente de riesling de un solo pago (Reiler vom heissen Stein), pizarroso y con gran desnivel, este espumoso de 2004 está en un momento óptimo de consumo. Con 12ºC y servido en una copa Mikasa de espumoso (¡era la primera vez!) a 10ºC, mostró un amarillo uniforme algo pálido, con burbuja fina y muy persistente, pujante y viva (pensé en la lava intentando salir por el cráter). Aromas de fruta blanca madura en nariz, melocotón y albaricoque maduros, algo de tiza tras un poco de temperatura, también. En boca se muestra muy agradable, suave, cremoso, con terpenos marcados y aires de uva madura. Se nota mucho, ¡y gusta!, la tipicidad de una buena riesling, fresca y jovial con el carbónico bien integrado, regalando un posgusto festivo, con más melocotón, aires de pera limonera, fruta tropical (piña) y cierta, discreta, mineralidad caliza. Ni rastro, aquí, de fósiles animales licuados. El vino es algo caro para mi gusto (me salió por 14 euros en tienda), pero me gustó mucho la sensación de notar los sabores de una de mis uvas blancas preferidas tan bien conjuntada con una burbuja suave, fina y bien integrada. Recomendaría la experiencia sobretodo a los amantes de la uva diva. Creo que esa variación en el tacto, con un parecido paisaje de fondo, les gustará.

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