23 d’octubre, 2008

Castillo de Ygay 1925 en Celler de l'Aspic


La botella que podéis admirar a vuestra izquierda hubiera merecido, ella sola, un comentario en este cuaderno. Quienes me conocen saben que tengo poca experiencia, y bastante traumática, con la "arqueología" vínica, es decir, con la degustación de botellas históricas. Del período de entreguerras, por ejemplo, servidor no había probado jamás nada. Y bien, un conocido (no me atrevo todavía a llamarle amigo), una persona a quien admiro por sus profundos y sólidos conocimientos, cambió el curso de ese destino mío. La botella fue tomada en inmejorable compaña, con platillos, además, de mucho respeto y a explicar esta pequeña historia me aplicaré. Estábamos en plena faena de cata prioratina Toni Bru, Peter Hodder-Williams y un servidor, cuando se nos apareció (nunca mejor usada la expresión) Michael Wöhr. Venía de trabajar en Valencia y Falset era una parada inexcusable para saludar a su gran amigo Toni y para reponer fuerzas. Nadie en el mundo sabe como él de rieslings, no digo más. Pero conoce muchas otras zonas, sin duda. Una de ellas es el Priorat de sus amores y sin más, se unió a la cata. Tras ella, Toni había dispuesto un menú de platillos (fantásticos "rovellons" a la brasa; deliciosas croquetas...) para el que anunció, además, una sorpresa que había traído Michael. También nos acompañó Salus Àlvarez.

¡Menuda sorpresa cuando nos acercamos a la mesa! Marqués de Murrieta Castillo de Ygay de 1925. Me quedé epustuflado, de veras. Un primer golpe de nariz aconsejó, sin más, darle por lo menos 3/4 de hora extra para que fuera cogiendo aire y llegara en las mejores condiciones posibles al arroz que estaba preparando Toni. Un Ungeheuer 2001 de Bürklin-Wolf (una de las bodegas de referencia del Palatinado) limpió de taninos el paladar (se ofreció joven todavía, con puntas casi verdes, pero bastante en su punto, con una mineralidad ajustada, discreta, volumen en boca y buena fruta de hueso) y dos prioratos, casi imberbes, oficiaron de chambelanes del Igay: Finca Dofí 2000 y Mas de Masos 2000. El Dofí se mostró con una juventud y color casi sorprendentes, muy redondo en nariz y con una panoplia de bosque bajo y matorral mediterráneo bien bonita. Remató con una pinzelada de hinojo de manual. El Mas de Masos agradó mucho por su mineralidad, discreta pero muy presente: pizarra desmoronada tras la lluvia de septiembre, a eso olía este vino que, cuanto más "viejo", más alegrías está dando a los buenos aficionados.


El arroz, un punto caldoso, con costilla de cerdo, boletus y una punta de foie marcado levemente, fue una delicia: sabroso el bomba del Delta, en su punto, un arroz "de troç", con su pizca de sofisticación. Igay empezaba a mostrar su alma escondida pero tuvo que llegar el último platillo para que "explotara". Una carrillera ligeramente ahumada y a la brasa, con puré de patatas casero y espinacas fritas sirvió de detonante: el "abuelo" de 83 años había echado a andar monte arriba, silencioso y tenaz, y no paró en toda la comida. De un color caoba intenso, los aires de una acidez sulfurosa y de la acetona, fueron dando paso a un vino todavía muy vino, con tres notas preponderantes, a mi nariz por lo menos: aceto balsamico di Modena; un viento subterráneo que andaba entre la trufa y el boletus; y un frescor balsámico de eucaliptus, en tercer lugar. Con el arroz se mostró amable, con la carrillera explotó de gozo. ¡Había vuelto a casa!

Una jornada memorable, sin duda, que finalizó en gloria porque Toni se sacó de la manga una botella (ni etiquetas ni nada, aquí: la muestra de una "bota del racó" que está valorando comprar entera) de vino rancio de más de 80 años de solera. Impresionante, me quedé sin palabras. Un rancio que se movía entre los aromas de un oloroso y un palo cortado como por el patio de su casa, lozano, fresco, punzante, redondo en boca. No hubo dudas: "¡cómprala, Toni!". Y es que el Priorato tiene esa ventaja para sus visitantes: si uno lo deja (o entra a él) por la zona de Falset, recibe las bendiciones para seguir su camino en el Celler de l'Aspic, donde aconteció la jornada ahora narrada. Si uno lo hace por el Coll de l'Alforja, la parada tiene que ser en La Fonda Emilio, ahí es nada. En esta ocasión entré por El Celler y salí por La Fonda, ¡perdón! entré por Falset y salí por el Coll de l'Alforja. Difícil elección, ¿eh? Próximamente, en estas mismas páginas, sabréis cómo la alegre compaña finalizó su viaje...

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