19 de novembre, 2008

¡Esos irreductibles Galos!


Los Lapierre, Marcel y Mathieu, son una de las referencias imprescindibles en la zona de Beaujolais (Beaujolais, Beaujolais-Villages, Morgon), donde dan pleno sentido a una idea que no por vieja tiene que ser repetida, porque se olvida con demasiada frecuencia: quien ha nacido y ha mamado durante generaciones la cultura (en sentido etimológico) de la uva propia de su zona está capacitado como nadie para vinificarla con los mejores resultados posibles. Por supuesto, lo contrario y una gama de matices grande es, también, posible. Y la variedad gamay allí donde los Lapierre tienen sus viñedos (el pueblo de Villié-Morgon) es una de las máximas expresiones de lo que digo. En su nombre y en el del Beaujolais Nouveau se han hecho atrocidades durante años. Años en que los Lapierre han cimentado, por el contrario, una justa fama de respeto por la uva, por el cultivo no agresivo de la tierra y de la cepa y por la expresividad de la vendimia y del fruto de cada año, venga como venga, con fermentaciones naturales, levaduras autóctonas, mínimo o nulo sulforoso... La máxima expresión de su trabajo que yo he podido probar (en el camino de lo biodinámico desde hace años) es su Cru Morgon, del que no pocos amigos han hablado. Pero yo creo que ese carácter indómito, terco, de seguir en sus trece en un camino nada habitual en la zona se expresa todavía mejor en su vino más sencillo, un vino que es del Domaine Lapierre, sí, que procede de la gamay de Villié-Morgon, también, pero que es, sin más, un "Vin de Pays des Gaules".

Dentro del departamento del Rhône, Villié-Morgon es uno de los pueblos que puede acogerse a este nombre. Y los Lapierre lo hacen con un monovarietal de gamay, con tres meses de madera usada y con la maloláctica realizada por completo. Que nadie piense que estamos ante un alter ego del Beaujolais Nouveau. Éste es un vino que se toma sobre los 15ºC, con 12,5% de alcohol, vino natural (sólo sulfitos procedentes de la fermentación), que no ha realizado ningún tipo de fermentación carbónica. El resultado me ha gustado mucho, lo confieso. Me lo recomendó Benoît Valée, de L'Ànima del vi (él lo comercializa), con el que probé una botella que había viajado el día anterior. Y la segunda botella me la tomé al día siguiente. La luna nos acompañó, sin duda, porque se ofreció esta gamay con un color entre el coral rojo subido y el rubí, capa baja; con unos aromas francos, sinceros, amables y abiertos, de zarzaparrilla, de mora madura, de golosina con frutas rojas, que encantan. Es un vino fino, largo, con un vegetal armónico y un especiado de pimienta tanto en nariz como en posgusto, que acompaña con gracia. Es un vino vivo, ligero, ágil, sencillo y agradable que, como decía Benoît, casi como se bebe, se mea (con perdón). Es un vino redondo, de taninos pequeños, que pasan como un hilo de azúcar rojo y dejan un reguero de pequeños susurros que siguen invitando al trago. Estos Galos Lapierre, irreductibles en su calidad, en su terco camino, son un regalo del cielo. Y ya se sabe: lo único que temen los Galos es que el cielo se desplome sobre sus cabezas. Corred a probar este vino al muy recomendable precio de 8 euros antes de que cambie la luna o suceda lo irreparable, es decir, que se acabe.

La foto de la luna llena es de AnnieD62.

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