3 de abril de 2009, noche desapacible en Barcelona, largo paseo hasta llegar al bar Inopia. Entrada protegida por un portero tocado con gorra a lo Charlot, "The Kid", y una barrera tipo cola de aeropuerto. Pregunta: ¿hay para mucho? Respuesta: "no se sabe nunca". Una sola mesa y el resto que se articula en barra, mesas altas y tablas adosadas a la pared. Segunda pregunta, inocente (era mi debú en el local): ¿se puede reservar mesa? Respuesta (después descubrí que nada inocente): "sólo la mesa grande, entrando a mano derecha". Ingresamos en la "lista de pacientes" (todo parece muy simpático, nombre, yeso y pizarra, y bien organizado) y, eso, esperamos pacientes pensando que estamos en buenas manos. Va saliendo gente, mucha más de la que entra. De vez en cuando, llegan personas, evidentemente conocidas del portero, a quienes franquea de inmediato la barrera al tiempo que larga un (repetido no menos de cinco veces en una hora de espera) "pasad, pasad, que ya os están esperando dentro". Y los que, pacientes, no tenemos quien nos "espere dentro", avanzamos en la lista de la pizarra con una rapidez inversamente proporcional a la cantidad de gente que sale del local y a la amistad que nos une con el portero.
Por fin conseguimos entrar: un rincón de tabla pegado a la pared y un solo taburete para dos (después, a la media hora, mejoramos y seguimos con un solo taburete, pero ya en la barra pricipal). Me fijo en toda la gente: tengo buena memoria visual y todos los que habían entrado antes que nosotros, cuyo nombre no estaba en la lista de pacientes (a esta altura, me suenan ya, me sueno vamos, a imbécil, no a paciente), no estaban sentados en la única mesa grande y sí, en cambio, repartidos en cómodos espacios en mesillas altas o a lo largo de la barra. Vuelvo a preguntar a la salida al "Kid": ¿así, sólo reserváis la mesa de 10-12 a la entrada? Respuesta: "sí, sí, sólo esa". El tipo coló a no menos de 10 amigos (entre ellos dijo "es que es mi hermano", puede...), conocidos, clientes habituales del local, antes de mover el listado de la pizarra de zopilotes. Mi pensamiento, fugaz, desechado por injusto con quienes trabajan en la cocina, fue "se van a enterar estos de quién soy yo". Es un pensamiento memo, típico de quien piensa que tiene alguna influencia. Yo no tengo ninguna. Tampoco, claro está, la de que me traten con decencia en un lugar masificado y que parece estar muriendo de éxito, como el Inopia. Quienes me leéis, sabéis que digo lo que pienso y escribo sobre lo que me pasa. Local de moda, abarrotado de posadolescentes y adultos con síndrome de Peter Pan (ya sé, es culpa mía: me hago viejo), lleno de ruido, música demasiado alta, mucho olor y humo (la extracción de humos está, sin duda, mal resuelta). Los extranjeros, por lo demás, están convencidos de que es lo más auténtico de Barcelona. Tendrían que hacer un posgrado entre El Vaso de Oro y Quimet i Quimet...Junto a esto, un puñado de excelentes profesionales al servicio y en la cocina, que sobreviven con dignidad al caos: ensaladilla rusa muy sabrosa; sonsos delicadamente fritos; corazón de alcachofa con huevo poché (aunque las huevas no aportan el contraste salino que debieran); grandes anchoas cantábricas San Filippo, con emulsión de su propio aceite y extraordinario (para mí, lo mejor con la ensaladilla) pincho de cordero, con una maceración y aderezo de la carne que me devolvió directo a la medina de Marrakech. Precios del vino por botellas exagerados (por un Nita 2007 piden 25 euros cuando en tienda se puede comprar por 10-11 euros). Tomé un buen cava rosado de trepat Torelló i Mata, servido en copas que no son de recibo (por mucho que sean obsequio de la misma empresa que hace el cava...): parecían de chupito de cava. He intentado ser objetivo, como siempre: hay muchas cosas del Inopia, empezando por la burda forma de actuar de quien gestiona las "reservas", y siguiendo por el humo, olores y ruido del local, que no me han gustado nada. Tampoco me ha gustado el trato que dan al vino. Me han encantado, en cambio, algunas de las cosas que he comido y la actitud y diligencia de quienes cocinan y preparan las cosas en la barra. Salió por 46 euros, con propina (dos personas). Ya lo conozco y no volveré.
La foto es de Tapear y comer.
La foto es de Tapear y comer.
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