19 de juny, 2009

Va' dove ti porta il cuore


Tomo prestado el título del relato de Susana Tamaro porque es lo primero que me viene a la cabeza: cuando mi corazón italiano quiera sentirse bien y muy napolitano iré y volveré a Le Cucine Mandarosso. Entré y casi me sentí (con las debidas distancias y todo el respeto) como Odiseo siendo reconocido por su perro al volver a Ítaca. ¡Estaba en casa de nuevo! Callejón casi ravelliano (sólo le falta la cuesta), decoración hecha con esmero aunque a puro golpe de retazo (no hay tres mesas iguales ni dos sillas que casen), entrar y topar con la sonrisa de Joana me sonó a trompetas del Apocalipsis antes de que se me abran las puertas del Paraíso. Amabilidad, explicaciones detalladas que nunca se cansa de dar, atención sin desfallecer. Verla llegar con las bolsas del Pastificio Setaro de Torre Anunziata fue, ya, toda una revelación: la bahía de Nápoles hecha mujer. La cosa iba en serio. Una ojeada a los antipasti (calabacines con un punto de hierbabuena; berenjenas; pimientos; tortilla de macarrones) y las pastas que fueron desfilando, me lo dejaron claro: un pedazo del cielo napolitano, del sol y de la brisa de su mar, de los cítricos de sus colinas, de su genialidad y su predisposición innata a la sonrisa y al "benessere" se estaba abriendo sobre nuestras cabezas en Barcelona.

Una burrata excepcional (no tengo palabras cada vez que la recuerdo), unos gemelli al pesto (de los que cambiaría perejil por unas hojitas de salvia), unos fetuccini all'amatriciana, una lasagna con spek, orechietti con calamaretti, satisfacen el espíritu de cualquier enamorado de la buena pasta "casalinga". Soñaba con abrir los ojos en la terraza de Villa Ruffolo o Villa Cimbrone y descansar en el atardecer mágico de la costiera amalfitana. Los abrí, claro, pero me topé con la mejor culminación posible para una cena en Italia. ¡Dulces caseros! Me zarandearon sin compasión la memoria un delicado y suave canolo siciliano y una insuperable, fina y sabrosa, pastiera napolitana. Un buen Cerasuolo de Valle Reale (Montepulciano d'Abruzzo de viñas jóvenes) 2008, algo cerrado en nariz, al principio, pero de firmes taninos, austero y gran posgusto de frambuesa en boca, hizo de buen acompañante (la carta de vinos es corta pero tienen dos o tres detalles de buen gusto, éste es uno de ellos). ¿Qué podia rematar mi felicidad y hacerme cerrar la boca ante el espectáculo que, boquiabierto, se había ido desplegando? Por supuesto: una copita del mejor amaro de mi mundo, el de los hermanos Averna, en Caltanisetta, con un cubito de hielo. 22 euros por persona hicieron que saliéramos al fresco de la noche, casi estival, pellizcándonos los unos a los otros. ¿Ha sucedido lo que acabo de contaros? Miedo me da volver por allí y toparme con lo que cantaba Sabina: ¿fue todo un sueño? No sé ni por qué lo cuento...por si las moscas, volveré.

Las ilustraciones son de la web del restaurante.

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