06 de juliol, 2007

Cenar en la Barceloneta


Cenar en la Barceloneta, cuando la playa y Barcelona se llenan de azul y oro (como muy acertadamente describe el autor de la foto, Fuzzfan) es todavía posible. Como siempre había sucedido, el paseo se llena de olores de fritura de pescado, de fondos de paella y de cremas bronceadoras y la playa recupera, aunque sea fugazmente, el espíritu que siempre la había animado: "gresca a la fresca" le llamamos en catalán, es decir, pasar un buen rato de fiesta con los amigos mirando el anochecer sobre el mar, recibiendo sus brisas y tomando una agradable cena en alguno de los restaurantes que, aunque bajo mínimos, ha recuperado la proximidad con la arena de la playa.

Ca la Nuri es uno de ellos. No se trata de un sitio de grandes pretensiones: buena profesionalidad en el servicio fue mi experiencia de la otra noche, rapidez en la cocina, frituras algo sosas pero bastante en su punto y un tono medio en la calidad, acompañado de unos precios razonables (¡10% de incremento, si te permites la frivolidad del recuerdo de la Barceloneta a pie de playa!): calamarcitos a la malagueña, tallarinas a la sartén (muy ricas, aunque ¡algo pequeñas!), anchoas (discretas y poco sabrosas) y buñuelos de bacalao (demasiado perejil en la masa) fueron los entrantes. Y en mi caso, compartí unas deliciosas sardinas de Arenys de Mar a la brasa (para tirar cohetes; estupendas y enteras, no decapitadas) con unos calamares, del mismo puerto, plancha (correctos pero algo "ahogados" por las verduras acompañantes).



Acompañamos las viandas con uno de los monovarietales de chardonnay de añada que no suelen decepcionar: el Enate de la finca 234, 2006. El servicio del vino fue correcto y la temperatura también (sobre los 10ºC); las copas, lamentables y casi abiertas en superficie, no permitieron disfrutar en plenitud de un buen vino, de color pajizo algo intenso, que tiene sólo crianza en botella, ligeras notas de fruta blanca de hueso (melocotón) y de fruta tropical (piña), con un gran paso en boca, poderoso, con cuerpo (13,5%), presencia y frescor. La otra noche no pude disfrutar de otras notas, aunque las tiene, por supuesto. En cualquier caso, es un chardonnay siempre digno y correcto, que se portó la mar de bien con las sardinas. Su precio, en carta, estaba sobre los 10 euros, mientras que en tienda ronda los 7 euros. Con unos postres, donde dominaba el chocolate en variadas texturas, y una tatin de manzana (que fue lo que tomamos), salimos por 40 euros por cabeza. Se trata de un sitio correcto donde, si no pides demasiada frivolidad, puedes cenar bien a gusto en verano, mirando al mar y recordando a la Barceloneta que fue y ya no volverá a ser. Eso sí, pagas las ganas.


Quien haya tenido el privilegio de gozar de una velada de chiringuito en la playa con Bernardo Cortés, el poeta de la Barceloneta, guitarra en ristre, sabrá de qué tipo de sensaciones hablo...

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