

Viñedos de Íthaca es un proyecto a escala y dimensión humanas, una bodega familiar concebida y realizada con astucia y sabiduría. Con ella, Joseph y Sílvia Puig han acumulado (sobre todo el primero, por razones obvias) años de experiencia, de saber, de viajar y de conocer, para crear una bodega que, no por azar, lleva el nombre del héroe griego viajero por antonomasia, Odiseo.
El rey de Ítaca es el astuto por excelencia en Homero, es, de entre los monarcas aqueos que luchan en Troya contra la locura de Paris y Helena, quien ofrece mejores estrategias: suya es la idea de engañar a Príamo introduciendo el famoso caballo de madera dentro de las murallas, con la traición en su interior. Suyo será, también, el castigo mayor: años de penar por el Mediterráneo, tras la caída de Troya, para vencer al cíclope, para huir de la bruja encantadora, para escapar de las sirenas asesinas y para acabar llegando a un hogar asediado por pretendientes de una esposa a la que creen ya viuda. Pordiosero y reconocido sólo por su viejo perro, Ulises acabará venciendo todas las penalidades y reinando de nuevo en Ítaca.
Ésta es la metáfora de la que se nutre la realidad: años de incierto "navegar", viñedos nuevos plantados a finales de los noventa del siglo pasado que han llegado este mismo año a su primer momento óptimo de producción, muy viejos viñedos gestionados por la bodega en Poboleda, en La Vilella Baixa, Porrera...han acabado configurando un nuevo reino en la DOQ Priorat, el gobernado por los Puig, que presenta uno de los catálogos más completos de la zona, con versatilidad (tintos, blancos secos, dulces), calidad y un vino hecho con mucho amor y pasión. Una de sus botellas jamás deja indiferente y el sábado pasado, ante unos deliciosos penne rigate con salsa boloñesa seguidos de fresquísimos filetes de gallo, sencillamente enahrinados y fritos en AOVE, cayó su monovarietal de garnacha blanca (14 euros en tienda). Es un vino que encanta y sorprende (detalles de plantación y vinificación en su página web), una de aquellas perlas que suelen poblar los catálogos de las bodegas por aquello de "completar la colección", pero que aquí merece atención por sí mismo.
Hay que servirlo entre 11 y 12ºC y dejar que se airee un poco antes del consumo: con 14,5%, su estructura es tan perfecta, su equilibrio orgánico tan conseguido, que nada en él pesa ni es excesivo (como pasa con tantos blancos prioratinos). Un prodigio de monovarietal, de un color pajizo entero, entre pálido y ya en un primer envero hacia el oro, con aromas de pera limonera algo verde, con apuntes vegetales (tanto en copa como en posgusto), entre el matorral, la flor de tilo y el brote de la grosella negra, y con una boca poderosa, amplia, bien estructurada, que deja un ligero repunte amargoso final. Se trata de una opción muy recomendable para conocer en pureza qué puede dar de sí la garnacha blanca como uva estrella: una victoria más a anotar en el cuaderno de los Odiseo/Puig. Si hubiera llevado el de Ítaca en el zurrón un poco de este vino no hubiera tenido que emborrachar a Polifemo para vencerle: el aroma de la garnacha de esta renacida patria, ella solita, habría abierto las puertas de la cueva del cíclope. ¡¡¡Y éste habría conservado su ojo!!!
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