Presenta un color amarillo bastante intenso, aunque todo él revestido de un brillo especial, algo verdoso, un punto oscuro. No se trata de un oro de joyería ni de un trigo maduro: es como si estuvieras viendo este tipo de amarillo pero a través de un filtro verde prado. Es un color que me gusta: difícil de encontrar, difícil para mí de definir. Como lo es, también, el conjunto de sensaciones que me ha dado este albariño especial: aromas de frescor inusitado, de yesca y de pedernal, de flor de tilo, con un trago de gran presencia en boca. Es un vino que deja un rastro algo secante, un punto amargoso, largamente vegetal y, más que otros detalles, muy fresco. Tras un rato en copa y con algo más de temperatura, persisten esas notas de prado húmedo, de hierba fresca y agradable por la mañana, junto con un frescor casi de "after eight". El conjunto se me antoja diferente a la mayoría de albariños que conozco, inusual en su viveza y frescor si miro su fecha de nacimiento (2004) y su vinificación (¡30 meses en lías!), pero que, sinceramente, me gusta, me atrae. Acompaña las buenas maneras de este albariño una clásica etiqueta y una bellísima botella borgoñona de espaldas muy caídas (junto con un tapón de larga guarda); por desgracia, no acompaña su precio, que ronda (excesivo para mí gusto) los 18 euros.La foto del prado húmedo by 23rules.
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