26 de març, 2008

Bodega Sanatorio en Chiclana


Chiclana de la Frontera es conocida en los últimos años por el turismo de playa; por sus mastodónticos hoteles convertidos en metáfora de la anticiudad; por los rebaños de turistas hiperbóreos, sanísimos, haciendo deporte desmedido; por los campos de golf antinaturales, que han convertido marismas y caños en real anécdota, y etc. Yo no voy a criticar eso porque da de comer a mucha gente, pero sí voy a decir que ese tipo de crecimiento ha sido desmedido en Cádiz (¡y en tantos lugares de las costas españolas!), descontrolado y se ha comido, en el camino, a otra Chiclana que existía y era conocida y apreciada por muchísima gente, en la zona y fuera de ella.

La superfície de viñedo plantada y el vino que en sus bodegas se hacía son una buena muestra de cuanto digo. Hace más de veinte años que se vienen arrancando cepas en Chiclana y de más de 50 bodegas existentes quedan, ahora mismo, menos de diez. Jesús Barquín me lo había aconsejado y gracias a la intermediación de Eduardo Ojeda (¡Navazos, vaya, ¡menudo lujo!) se pudo hacer realidad la visita. "En Chiclana, tengo pendiente de hace tiempo, Sanatorio", me dijo Jesús. Ése era un buen consejo, no lo dudé, concertamos la cita y para allá que nos fuimos. Bodegas Sanatorio tiene una historia que arranca de finales del siglo XVIII y debe su "malnombre" (de hecho, la razón comercial es Manuel Aragón, S.L., y sus propietarios son Diego y Chano Aragón) al hecho de que sus antiguas instalaciones, ventana frente a ventana, estaban junto al sanatorio de Chiclana. Lo tenían claro los enfermos, y nosotros con ellos: vino es salud, tomado con tino. Diego, a punto ya de jubilarse, y Chano, al mando de las operaciones enológicas de la bodega, nos recibieron con gran cortesía y hospitalidad y lo que yo pensaba que sería una visita de cumplido, se convirtió en más de tres horas de apasionante charla sobre toda la gama de vinos de la bodega, sobre sus matices y sabores, con una cata sistemáticamente preparada y explicada por Chano y secundada por Diego con mil anécdotas e historias interesantes.

Sanatorio posee los viñedos, por ejemplo, de sauvignon blanc más meridionales de Europa. Y hace también un tinto con muy poca madera (apenas cuatro meses) y unos aromas bien interesantes. Y tiene una gama completísima nacida, cómo no, de la tradición de la palomino, que incluye el antaño bien conocido fino chiclanero (nada que ver con lo que se puede hoy beber en la mayor parte de locales de la zona), un fino amontillado, un amontillado, un palo cortado, un oloroso y varios moscateles, además de novedades como un sauvignon blanc de vendimia tardía y uva botritizada. Probamos muchísimas muestras directas de tonel y descubrí no pocas cosas interesantes (entre ellas una combinación que saldrá a escena el 11 de abril, con IEC #9), pero Chano casi me pidió que no detallara descripciones de sus vinos hasta que no recibiera algunas muestras para catar con más calma en casa. Así lo haré, por supuesto, pero no quiero dejar de destacar, por lo menos, el fino que probé (creció en copa durante 3/4 de hora), el amontillado y, sobre todo, un oloroso delicadamente abocado y un moscatel viejísimo, muy atractivo, mucho. Me despedí con un sabor agridulce: dulce porque es siempre bonito y agradable descubrir nuevas (¡para mí!) bodegas que trabajan con enorme dedicación, con gran amor hacia su tierra y tradiciones, abiertas también a la innovación y con resultados de los que poder hablar con orgullo. Agrio porque cuando les pregunté sobre el futuro de la casa y su continuidad en generaciones venideras (¡qué tema tremendo, el del relevo generacional, en la zona!), ambos torcieron el gesto y comentaron el poco futuro que sus descendientes veían en la bodega. Ojalá me equivoque y sigamos gozando de este referente chiclanero por muchos años.

La foto de la playa de Chiclana By MeLicA.

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