
Más de uno se preguntará a qué cuento viene el título de la entrada de hoy, que si juego de palabras, que si acertijo...Ni lo uno ni lo otro: se trata de la mejor forma que se me ha ocurrido de resumir lo que fue, en los días últimos pasados en Chiclana, una de las jornadas más memorables. Que el
Grupo Estévez, tras la compra del Real Tesoro y el traslado (cinco delicados y duros años) a las nuevas instalaciones, se ha convertido en una de las más importantes referencias mundiales para el Marco de Jerez, nadie lo duda. Que Eduardo Ojeda (en la foto, oficiando ante uno de sus mayores tesoros), su enólogo, es el corazón entusiasta y palpitante de sus vinos, es decir, de su alma, puede que no todos lo sepan. Eduardo tuvo la generosidad y amabilidad de recibirnos, de pasearnos por la bodega y, sobre todo, de mostrarnos, de "venenciarnos", de maravillarnos, con el estado actual de sus vinos: descubrimos de nuevo los secretos de
Macharnudo Alto, nos paseamos por
Inocentes y por
Tio Diegos, nos detuvimos en
Niños, nos acomplejamos ante la maravilla de
Coliseos y nos perdimos directamente ante
Toneles. El momento fue especial, buscado como culminación de una sesión imposible de resumir aquí en notas (quien conozca los vinos y el lugar y el personaje, sabe ya de qué hablo), único. Si
Toneles, bebido de la botella, es ya una experiencia importante, tomado directamente de la bota se convierte en algo casi místico: a ese color cercano a la pez con puntas yodadas, que tiñe la copa de noche cuando rompe en madrugada, se le unen aromas de chocolate amargo con dejes de vainilla,

de cafés torrefactos, de sabroso tabaco maduro y de compota de frutos negros. El tonel superó mi recuerdo de la botella, quizás porque esperaba algo todavía más concentrado. En el mes de marzo de 2008, el trago salió más fresco y vital que nunca, más cítrico y anaranjado, casi como si ese moscatel que fue, esa rosa, ese azahar se hubieran apoderado para siempre de la solera casi centenaria. La cosa, por increíble que os parezca, no terminó aquí, no. Siguió en Sanlúcar, donde pudimos probar varias manzanillas y hacernos una idea bien exacta de qué va a representar el número 10 de la serie, ya mítica, de
La bota de... Una bomba, no os digo más. Y para rematar el asunto y justificar de paso, si hiciera falta, el título de la nota, terminamos en un local del que no me es permitido dar el nombre. Cuando comenté, en la mesa (tomando alguna foto), que escribiría una nota sobre el asunto, casi se me echan encima. Aunque sea un "secreto" conocido de entendidos, ¡¡¡hay que preservar la pureza del lugar!!! Uno se tiene que poner la mesa, uno, si quiere (¡y Eduardo quiso!: nos tomamos una manzanilla pasada, sí, sí, pasada de veras, de auténtico vértigo) se trae la bebida, uno pide sus platos (la mejor fritura del pueblo y una de las mejores de la provincia y un producto fresquísimo y muy sabroso) y quien rige los destinos del local (una persona tras la barra, otra en la cocina) solicita el nombre de un intermediario. Quien se ofrece es voceado sistemáticamente para que recoja las cosas que van saliendo: "ÁAAALVAROOOOOO, LAS PIJOOOOOOOTAAAAAASSSSS"!!!!!!!!! Y se entera todo el mundo, claro, y tras las pijotas, las acedías y los chocos y la ensalada con melva...Un extraordinario ejemplo de que para ofrecer honestidad y calidad, no hacen falta grandes precios ni alharacas. Y ese pescado, con la manzanilla...no se me ocurre combinación mejor. Basta la voluntad, la discreción y el compromiso con la calidad. Ya sabéis ahora de dónde viene el título de la nota. Gracias, Eduardo, por la jornada: va por ti la crónica y que por muchos años sigas ahí, haciendo tan bien las cosas y contándolas con tanto amor y pasión. No explicaremos el secreto de tu proverbial salud y buen humor, ¿verdad?

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