17 de març, 2008

Can Ràfols dels Caus en apoteosis



"Hay que buscar...la mejor tierra, la mejor uva, el momento ideal de recogerla, la elaboración más acertada, la mejor crianza, el mejor tapón...". Carlos Esteva convocó a unos pocos privilegiados, entre los que me conté gracias a los buenos oficios de un generoso amigo, a su cita bienal Doce autores y sus vinos. En su bodega de Avinyonet del Penedès (DO Penedès para la mayoría de sus vinos, pero, la verdad, yo casi le diría que creara ya su propio pago, sin más: lo que hace es único), nos acogió con la expresión, que he citado, de la búsqueda de la máxima calidad. Ésta, aunque no exista, hay que buscarla, como los medievales buscaron la inmortalidad a través del Santo Grial. Cual contemporáneo Arturo, Carlos Esteva anda en su búsqueda y puestos a no encontrar la sangre de Cristo en la cruz, se ha concentrado en su trasunto terreno: el vino. Cada dos años convoca a doce exponentes de lo que él, y nosotros, con él, considera atisbos de máxima calidad, en España y en el resto de Europa. Doce autores, doce bodegas, doce mujeres y hombres alrededor de la "mesa redonda" de Carlos, doce almas con sus vinos que andan a la búsqueda de esa medieval inmortalidad a base de trasladar a la copa las esencias de la madre tierra.



Yo estoy por esa labor, comparto esa manera de ver las cosas y me sentí realmente privilegiado por poder compartir horas de charla y de degustación con tanta gente del mundo del vino, importantes porque andan a la búsqueda sin paliativos ni afeites de la máxima calidad o porque la valoran e intentan transmitirla de la mejor manera posible. Algunos vinos y sus hacedores me impresionaron especialmente (tampoco engañaré: no todos): Alain Graillot, con su Crozes-Hermitage rouge del 2001, la mejor expresión y pureza de la syrah que yo haya probado jamás (junto con el Penfolds Grange 1999, aunque Graillot es muchísimo más sutil que el australiano). La bodega Dr. Bürklin-Wolf, y su Kirchenstück GC 2002, con un equilibrio entre las flores y la fruta y una presencia en boca inolvidables. Nikolaihof Wachau que sacó de debajo de la mesa una botella fuera del catálogo público, con catorce años de Füder y unos aromas de bosque que tumbaban: el Grüner Veltliner Vinothek 1991, extraordinario. Elena Pantaleoni, de la Azienda Vitivinicola La Stoppa, que agradó con su manera de trabajar la difícil bonarda pero, sobre todo, me dejó atónito con su premiado Vigna del Volta 2006, un passito de malvasía de candia aromatica asoleada único y, no menos, con su Ageno 2005, un blanco seco de malvasia y trebbiano (sobre todo), que ha macerado 30 días con sus hollejos, de unos colores únicos (ramato turbio) y unos aromas a flor de naranjo y de jazmín...La Stoppa fue de las bodegas que más me gustó.


De Elisabetta Foradori me gustaron dos cosas: ella, con una amabilidad y atención dignas de las montañas de las que procede; y la forma como trata a la teroldego, una variedad agreste, que en su Granato 2004 muestra la sutileza y finura de la que es capaz la intervención respetuosa del ser humano en la vid. Del Domaine Dujac poco voy a descubrir aquí: uno de los mejores exponentes de la Borgoña (Morey-St. Denis), me cautivó por completo con su Clos de la Roche, tanto el 1997 como el 1999. El primero (como acertadamente definía V.F.), otoñal, sí, pero con un aire envolvente, con unos aromas de fondo de bosque, con una violeta marchita...no lo olvidaré, lo prometo. Invitaban a recogerse de inmediato ante la lumbre, en callar y en beber poco a poco. El 1999 presenta taninos más vivos y encanta por igual con su poderío delicado, aunque yo me quedo con el 1997. Del alsaciano Domaine Josmeyer destacaron, en mi paladar (reconozco una debilidad, sí, por los azúcares residuales bien puestos) sus vendimias tardías del pago de Hengst Riesling Gran Cru 2001 y, sobre todo, el Gewürztraminer Gran Cru 2001, con una rosaleda en floración dentro de la botella. Mención aparte para su Riesling 2002 Les Pierrets, de una mineralidad absoluta. De Viñedos del Contino, uno de los grandísimos de la Rioja, con Chus Madrazo al frente, me quedo con algo que no había podido probar jamás y que expresa como nada el valor de la fruta, su Graciano 2005. Quién pillara una botella al calor de unas buenas chuletas...Chus venía de un jet lag de narices y a pesar de ello, allí estaba, sonriendo y explicando a todos sus vinos. Grande Madrazo.



La sección que menos me sedujo (confieso que empiezo a tener problemas sensoriales con las sobremaduraciones, con las superextracciones y con las grandes maderas) fue la sala que reunía a la Quinta do Castro, a Viñas Viejas de Cebreros y a Château Palmer. De los tres, me quedo con la idea de vertical que planteó Telmo Rodríguez y con el Pegaso 2004 de Cebreros un vino atractivo aunque contundente. Viniendo de Dujac o de Graillot se me hicieron difíciles esos tintos, aunque Palmer (también con su Alter Ego), expresa mejor que nunca que el Bordelais (aquí Margaux) ha perdido un poco la capacidad de hacer vinos sutiles, y los taninos algo verdes y las cabernets pesan mucho sobre el conjunto. Creo que me estoy convirtiendo, cada vez más, en borgoñón: tengo que profundizar en este sentimiento. Dejo para el final de mi crónica a Can Ràfols dels Caus. En los últimos tiempos he probado, de nuevo, muchos de sus vinos y en esta sesión probé de nuevo todos los blancos de la casa. Tengo dos convencimientos: el primero es que son quienes mejor saben hacer blancos con capacidad de envejecer sin madera. Su Gran Caus Blanco (probé su excelente 2005) es un paradigma de eso. El segundo, es que el conjunto de sus vinos blancos es lo más atractivo y completo que se hace ahora mismo en España: volví a probar su La Calma 2004 y, sobre todo, su Rocallís 2003. En esta bodega le han pillado el alma al Incrocio Manzoni y estoy seguro de que en Conegliano andarían muy orgullosos de cómo salen estas botellas.



Una jornada épica, como véis, casi homérica me atrevería a decir, donde los héroes del vino se convirtieron, por unas horas, y de la mano de Carlos Esteva, en dioses. A eso se le llama apotesosis. Los que consiguen atravesar las puertas que llevan a los infiernos (literalmente lo que se encuentra bajo tierra) y volver de ellos realizan una katábasis. Eso es lo que os pasará si franqueáis las puertas troglodíticas de la nueva bodega de Can Ràfols, excavada directamente en la roca y realizáis la visita a la bodega subterránea. Una experiencia única en este país.

Las fotos de la Bodega Can Ràfols dels Caus (dos y tres) proceden de Adictos a la Lujuria. La foto de las puertas es de El limbo de Polakia.

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