
"Restaurante de tapas": ¿puede parecerle a alguien contradictoria la expresión? ¿No es la tapa un bocado que se toma casi siempre en determinadas condiciones "quasitabernarias"? ¿No es la tapa algo que, por definición se comparte y sirve para picotear con desenfado? Y ¿no es el restaurante aquel lugar de primeros y segundos más o menos bien establecidos donde, normalmente, cada cual toma lo suyo? Aquello que podría parecer un galimatías conceptual, se convierte en
Rosal 34 en algo lleno de sentido, de gracia y de buen hacer. Óscar Adelantado y Josep Nicolau (en la sala y en la cocina, en la cocina y en la sala) se encargan con tesón y acierto de ello. En el corazón del barrio del Poble Sec, en Barcelona, y configurando un eje irrepetible en la ciudad con
Quimet y Quimet (a cinco minutos a pie), Rosal 34 ofrece una decoración sobria pero acogedora; mesas separadas y que dejan espacio para una comida o cena muy relajadas; una recepción y una atención al cliente de las que ya no se encuentran en la ciudad y, lo más importante, una concepción especial de los entrantes fríos, de los calientes, de las conservas entendidas como algo digno de un restaurante, de las verduras y de los platillos de respeto (tanto pescados como carnes). Una concepción que te permite, sentado con gran comodidad y con copas adecuadas, disfrutar de una cena de tapas (léase pequeñas raciones o platillos para compartir) en un ambiente de buen restaurante.

La estrategia ya da como para quitarse el sombrero. Pero claro, si a comer vamos, la comida tiene que estar a la altura del concepto. Y vaya si lo está: con un servicio y una desenvoltura enormes, empezamos, como aperitivo, con unos boquerones marinados con dados de tomate confitado y una cerveza de presión en su punto. No soy experto en cervezas, aunque sí buen bebedor y me supo a gloria cómo tiraron ésta. Y el contraste de boquerón, aceite y tomate, hummm...Siguieron algunas cosillas a guisa de primeros, compartidos por los tres comensales: unos tomates con ventresca de atún y mezclum, unas croquetas de boletus y unos dados de lomo bacalao con tomate y tomillo. La ventresca con el tomate como si estuviera en Sanlúcar; las croquetas parecían un concentrado de bosque en otoño y el bacalao, muy en su punto y jugoso. Yo me despaché con un segundo de vieiras (un homenaje a Toñi Vicente) con caldo de setas y sus setas salteadas, que estaba como para hacer saltar lágrimas (ya sabéis de mi devoción por los maresymontañas alternativos).

Con esta variedad de viandas de gran calidad, orientadas mayormente hacia el mar (¡aunque siempre con el monte a la vista!), y tras previos comentarios con
Encantadísimo (a quien agradezco la foto de portada), la cabeza se me iba de forma natural hacia Galicia, esa combinación de monte, viñedo y brisas marinas casi única en España. La carta de vinos es proporcionada, compensada, de precios adecuados y tiene alguna joyita. Nosotros tomamos una de ellas: aunque fuera el básico del 2007,
Zárate es una garantía y, a no dudarlo, uno de los grandes albariños que en este mundo son, es decir, uno de los grandes blancos del país. A su buena temperatura y con copas que permitan un poco de aireación, Zárate 2007 es un vino de delicado color amarillo pálido; muy mineral con aromas de talco matizados; es un vino que llena la boca de forma espléndida, con pomelo y algo de lima-limón y, todavía, un mínimo toque de carbónico. Fue un buen complemento de esta gran cena. De los postres (¡qué bien trabajan el chocolate, caramba!), yo me quedo con los contrastes de ácido, dulce, cálido y frío que me dio el tocinillo de cielo con sorbete de limón-jenjibre, yogur y cacao. Muy logrado. Sólo me falló el servicio para el MR 2006: una copa de grappa no es lo adecuado, creo yo. De los precios, nada sé porque tuve la fortuna de ser invitado, pero por lo que vi, son ajustados y, en cualquier caso, a la altura de la calidad y atención recibidas. Se trata, sin duda, de uno de los pequeños-medio escondidos-grandes sitios de Barcelona. Hay que conocerlo.
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