11 de desembre, 2008

La Stoppa, Ageno 2005


Esta mujer es el alma de una de las bodegas que más me gustan del centro-norte de Italia que es casi como decir de la península entera. La Stoppa, dirigida por Elena Pantaleoni con ideas claras y vinos precisos en la cabeza, sigue el camino de las uvas con larga tradición en su territorio, Emilia-Romagna, en la Val Trebbiola, al norter, cerca del río Trebbia. Sonará a palabra hueca (sobre todo en Italia donde todos hacen lo que quieren y nadie controla nada...), pero Elena busca el vino natural, busca mimar la malvasia di candia aromatica, la ortrugo, la trebbiano, la barbera, la bonarda de la zona y nos ofrece vinos auténticos, sin afeites, de enorme temperamento y casi raciales, que necesitan tiempo, aire y conversación para ser entendidos. La Stoppa tiene algunas etiquetas que son, para mi paladar y mi memoria olfativas, casi de culto: Vigna del Volta y Ageno son las más evidentes. He probado no pocas botellas de ambas referencias y para mí Vigna del Volta es uno de los grandes vinos dulces italianos (hecho con malvasía asoleada). El 2006 sigue en la línea de regularidad absoluta aunque unos años de botella le harán gran bien.


En cambio del Ageno no había hablado nunca. Lo probé en una ocasión, junto a Elena y muchos ilustres del vino, en Can Ràfols dels Caus, y me dejó anonadado, estupefacto. Volví por lo menos tres veces a recatar ese vino y no entendía nada. Después lo he probado otras dos veces (cada botella, con los vinos naturales, es un mundo) y hace bien poco, en una degustación con varios amigos en la Enoteca d'Italia (que lo distribuye), acabé por ver la luz: sus comentarios me ayudaron no poco. IGT Emilia, con viñedos de 35 años en guyot simple, 250 m sobre el nivel del mar, terreno de limas y arcillas y una densidad de plantación limitada (no llega a 4000 por ha), es un vino formado por un 60% de malvasia bianca di candia aromatica y un 40% entre ortrugo y trebbiano. El secreto del asunto está en los hollejos de este tipo de malvasía, que son poderosos, espesos, casi de ciruela. Elena macera 30 días el mosto con estos hollejos, ¡30!, y utiliza, para su fermentación, sólo las levaduras indígenas, sin añadir en ningún momento anhídrido sulfuroso. La mitad del vino sigue reposando, después, en acero y la otra mitad en barricas usadas de roble francés, durante doce meses. Tras ese tiempo, se ensambla el vino y se embotella sin filtrar y con 12,5%. Ahora tengo claro, además, que hay que servirlo sobre los 15ºC y hay que decantarlo por lo menos una hora antes del servicio. Es un vino que presenta turbideces, incluso trazas en alguna botella de una mínima segunda fermentación, es un vino muy especial, casi único en mi mundo sápido.

Posee el color de la teja de su zona, de la piel de naranja macerada. Y cuando empieza a asombrar en copa, lo hace por sus poderes animales. Es como un animal salvaje de monte a punto de ser cazado (o no...): almizcle en estado puro, glándulas animales, gatos en celo y pipí en el rincón húmedo del jardín. Es un vino al que hay que dar tiempo, tener paciencia con él, todo lo que relato no tiene que asustar, no es negativo. Es un vino especial. Su entrada en boca es de una mineralidad apabullante (aquella tierra que "comíamos" de niños...), aires de sequedad extrema, es un vino astringente pero con cuerpo, gran volumen, rellena toda la cavidad bucal, retronasal sin compasión, te domina, te atenaza. En posgusto remite con rapidez al olor del hollejo, muy poderoso, a la sidra de la Bretaña francesa, a la levadura de la cerveza no pasteurizada, natural. Es un vino que se mantiene por horas, que crece en copa y que te devuelve a la idea del vino único, del vino, en cierto sentido, extremo, de gran carácter y personalidad. Sin duda, es una experiencia que merece mucho la pena, siempre que uno la busque con la mente bien abierta y sin apriorismo alguno en la cabeza. Todavía no he acertado en su combinación con alimentos pero creo que la próxima vez lo intentaré con una pasta e faggioli...

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