El Celler Pasanau, el artista plástico Wataru y el músico Pep Sala: tres nombres para un proyecto singular, para una tierra singular, para unas cepas y unos cielos únicos. Pasanau idea un rosado (la sola mención del tipo de vino, aplicada a la DOQ Priorat, hace que el vinófilo arquee algo las cejas...), Wataru propone una caja, una etiqueta y un nombre ("ten" significa "cielo" en japonés) y Pep Sala, músico hasta los tuétanos, hace exactamente aquello que muchos quisiéramos y no podremos jamás: le pone música al vino, le pone sentimiento a la pintura, le pone acordes y ritmo al paisaje, al cielo y a la historia del Priorat. Una música que hay que beber con los ojos cerrados, recreando en tu mente ese momento pleno, espiritual, denso y emotivo, en que los Cartujos cruzaron el paso de la sierra, decididos a dar nuevo sentido a los votos de San Bruno.
Instalaron su cartuja al fondo del barranco, donde no había otra "salida" que el espadado del Montsant, ni otra posibilidad que esas "escaleras" que, día a día, subían hacia el cielo puro del Priorat y les permitían charlar con Dios y ofrecerle sus oraciones y su trabajo. Abro la botella, pongo la música, cierro los ojos: el paisaje, la historia taladran mi mente, la ocupan por completo: viaje. Ruido de caballerías. Monjes a cielo abierto, al raso. Paso de montaña. Coll de l'Alforja: Montsant, visión deslumbrante. Madrugada. maitines. Trabajo, actividad, miradas al cielo. Cepas y oración. Lluvia y vendimia. El primer vino. Sosiego y paz. Tierra, luz, paisaje, espíritu. Medioevo en la música. Autenticidad en la copa. Los monjes devuelven al Creador lo que le pertenece, en forma de oración, de trabajo, de cartuja, de vino. Beber esta garnacha, escuchar esta música, mirar o recordar el cielo sobre la tierra de los priores es una forma sosegada, natural, de reintegrarse a un ritmo más humano de las cosas, hecho a la escala de la naturaleza y de sus estaciones.
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